Parece que en el Real Zaragoza se da por buena esta temporada pésima, espantosa, insoportable. Debe de haber ganas en el club de que el sol caliente en lo alto para echar las persianas de La Romareda y esperar que el verano se lleve las vergüenzas de esta otra campaña incalificable. Es la peor en los últimos 60 años largos, pero aquí no se despeina nadie. Se supone, por suponer, que alguien estará decidido a dar la cara un día de estos y detener la caída antes de que el equipo se estampe contra el descenso, la única realidad indiscutible.

No será Agné, que sigue a lo suyo, aturdido, por no decir apabullado. Ayer habló de que si el partido estaba controlado, de que si el 0-2 estaba cerca, de que si el penalti a Dongou, de que si la expulsión... ¿Y del cambio? Del cambio no, porque no lo hizo él. Eso dijo. Que estaba en la caseta y lo ordenó Rodri, el segundo entrenador. Casualmente eligió al mismo futbolista que su técnico una semana antes frente al Nástic, la tarde en la que Agné decidió que la afición se marchase con el mosqueo puesto pese al 3-0, el mejor marcador en La Romareda de los últimos años.

No hubo ni una sola referencia al bochorno último de su equipo, que ha ganado un par de partidos de los últimos diez. Está en Segunda, entre los peores, aspecto que hoy en día casi ni se considera en los análisis. En cualquier momento de la historia sería inconcebible pensar que el entrenador iba a sentarse el sábado en el banquillo. Hoy no. De hecho, es probable incluso que acabe la temporada en su sitio. Que se prepare en tal caso para las pitadas que le van a llover. La gente no entiende el fútbol rácano, ni está dispuesta a asumir que su equipo es tan misérrimo como parece. Indignan aún más las lecturas interesadas de la verdad.

«Les regalamos el partido, les dimos lo que querían. Estamos luchando para que el equipo no descienda. Sé que es una mierda decirlo así, pero es la verdad». Entiende bien todo el zaragoclismo, con dolor incluido por la lección de realidad, palabras claras como estas de José Enrique. Lo que no comprende, ni bien ni mal, son algunos cambios. Ni con el 3-0 y el partido ganado, ni con el 1-1 de ayer. El mensaje fue único: miedo. Y ese terror mató al Zaragoza, que se puede relamer de heridas arbitrales y errores puntuales en el área rival, pero que tiró el partido conforme al azar y al entrenador se le fueron ocurriendo cosas. Al final, el equipo aragonés pasó buena parte de los últimos minutos perdiendo tiempo. Bien se sabe cómo acaba eso tantas veces en el fútbol, con el premio al más cobarde. Bingo. Le ganó el peor equipo de la categoría cuando juega en su estadio. Nada nuevo. Dos semanas antes le había ganado el Nástic, que iba penúltimo, antes el UCAM...

Queda claro, definitivo, que el Real Zaragoza no ascenderá. La conclusión es sencilla: la temporada no ha llegado a mitad de marzo y ya es un fracaso insoportable. Le van a pedir en breve a la gente, y si no al tiempo, que apoye al equipo con toda su alma para que la devastación no sea absoluta. El buen zaragocista lo hará, aunque ayer se marchó a la cama otra vez cabreado, dolido, preocupado, con ganas de romper el carnet de abonado y renunciar para siempre. No lo hará. Con eso ya cuentan...