El Real Zaragoza es un equipo joven en todos los sentidos, un racimo de futbolistas sin experiencia en las ligas profesionales, algunos que no han pisado la élite y una unidad de veteranos que apuran sus carreras con el mismo ánimo que el primer día. La ilusión agita sus corazones cada jornada, bastante más que la imprescindible disciplina y el rigor táctico que dominan una categoría prosaica donde los esforzados de la ruta suplen con orden y trabajo la ausencia de líderes. Natxo González intenta que el elevado y sensible entusiasmo del grupo adquiera esa segunda piel para crecer en competitividad y proteger mientras tanto el impacto de las derrotas. Se desconoce si lo conseguirá, pero no hay otro camino para alcanzar la meta sea cual sea. El Alcorcón señaló con dureza al conjunto aragonés en las piernas, aunque le dejó en el buzón del partido un enriquecedor mensaje con la ruta a seguir en Segunda: no es suficiente querer ganar, hay que prepararse para ello física, mental y tácticamente.

Antes de la cita contra los madrileños, Borja Iglesias, Febas, Toquero, Eguaras, Buff, Benito o Ángel encendieron las luces de Navidad con detalles sobresalientes, sobre todo los del delantero. La victoria en la Copa animó a armar el Belén... No se alcanzó el espejismo, pero se perdió en parte el contacto con la realidad de ese equipo tan alegre en algunas posiciones como triste en otras, aún por robustecer la zona central de la defensa con Mikel González, la portería (aunque nada garantiza que Álvarez pueda mejorar a Ratón) y por decidir de una vez a quién corresponde la jefatura la medular. El Real Zaragoza está ahora mismo fragmentado en el campo, obligado a soldar todas las piezas a un nivel similar de rendimiento. La pasión por el juego es un herramienta imprescindible siempre que vaya de la mano de un buen número de kilómetros recorridos y de madurez para reinterpretar los encuentros por parte del entrenador y de sus futbolistas. Sin ser el Alcorcón, hay que parecérsele.

El vestuario ha celebrado los triunfos con euforia y manifestaciones varias en las redes sociales. Y la afición, muy necesitada, ha participado en el convite. Por una parte, esa exteriorización de las emociones es un reflejo lícito y natural. Por otro, sin embargo, contiene un punto de sobredimensión, sin duda como consecuencia de un grupo con la personalidad por formar que halla en las victorias una vitamina psicológica. Al técnico le corresponde gestionar cada gesto deportivo en la pizarra y en los ensayos, pero también en el corazón porque por las venas de este Real Zaragoza fluye bastante más sangre que tiza. Natxo González ha de entrenar el alma de un equipo muy afectivo. Sin arrebatarle ese trazo de insolencía, sí darle una puntada de mayoría de edad para entender que en la victoria y en la derrota hay que mostrar identidad, solvencia y constancia.