No es casualidad que el Zaragoza sea mejor cuando José Enrique está. Da pausa al fútbol, defiende mejor que cualquier otro que haya aparecido por su zona, ni siquiera irrita en el error, tan imperturbable él. Controla el fútbol y sus circunstancias, las verdades que deciden los marcadores. Ayuda a sus compañeros y neutraliza rivales con asombrosa calma. No le hacen falta aspavientos, grandes carreras o espectaculares tacklings. Se basta con su pierna izquierda y ese corpachón que parece un muro de hormigón. Luego busca a Cani, el amigo que siempre anda cerca.

No es casualidad que el Zaragoza sea mejor cuando Manu Lanzarote está, cuando quiere. Se mueve, busca el balón, encuentra los espacios, disfruta, alegra. Y regala goles. Ayer dos. Uno de tacón, el otro en un córner de listo. También participó en la jugada del penalti, con la pared de espuela hacia Xumetra. Es sobre todo eso el catalán, un pegapases. Con su precisión marca la diferencia, aunque a buenos ratos ha entendido mal su papel en este Zaragoza. No está para grandes guerras, ni siquiera para esas batallas individuales que se suele buscar. Su fútbol es oro cuando le da distinción, cuando sabe aparecer en el circuito, combinar, profundizar, llegar. Cuando es capaz de encontrar a Cani y de dejarse encontrar.

No es casualidad que el Zaragoza sea mejor cuando Ángel acierta. Ayer tuvo dos y media. La más clara, el penalti que puso fin y calma al partido, la acertó. Después entendió el juego en las dos direcciones, en corto y en largo. Fue una flecha con punta, siempre agresivo y punzante cuando supo enseñarles los espacios a Cani, que lleva 14 años regalando pases.

No es casualidad que Zapater y Javi Ros parezcan otros en el perímetro del balón cuando tienen ayuda. El primero se relaja en la salida, donde busca y encuentra una solución rápida, el colega Cani. El segundo suelta amarras y es capaz de llegar al área. Abrió el partido el navarro percutiendo en el área y definiendo con criterio, cual si fuera un delantero. No le hacía falta mirar de reojo cómo quedaba su posición. Por allí cerca siempre andaba Cani.

No es casualidad pues que el Zaragoza gane cuando Cani puede ser Cani. No es que el aragonés hiciese el partido de su vida, no se trata de eso. Es cuestión de explicar su valor en el desarrollo del fútbol, consecuentemente en el triunfo. Fue el mejor, es el mejor. Hizo superiores a todos sus compañeros. Los zagueros, tan angustiados siempre, lo encontraron pronto con alivio. Zapater y Ros le cedieron la batuta con entusiasmo. Qué decir de los hombres de ataque, por ejemplo de Xumetra, que se estaba frotando las manos pensando en los espacios que quedaban a la espalda del rival, en su velocidad, en la lentitud de los centrales numantinos... Estaba pensando en eso, en el gol, cuando Agné lo sentó.

El técnico tomó ayer la sabia decisión de retirar a Cani de la mediapunta, donde llevaba un puñado de semanas viendo pasar balones por el aire como si fueran misiles, y entregarle el partido. El zaragozano lo entendió fácil. Respetó sus turnos a la izquierda sin balón. Con la pelota se movió alegre hacia donde quiso para permitir que su equipo fuese más fluido, más sencillo, más racional, más razonable. Y todo eso, claro, no es casualidad.