Hubo un día, una hora, un minuto, un momento en el que, tras ganar al Mallorca y al Mirandés, a alguien se le ocurrió lanzar al aire la promoción de ascenso como una posibilidad real. Y se recogió el reto hasta desde dentro del club. El fútbol es una cascada de ilusiones, pero también un océano de espejismos si no se le trata en serio. El Real Zaragoza mejoró con la llegada de César Láinez, pero dentro de un contexto muy particular, frente a un calendario dulce que permitía creer como mucho en la salvación. Era y es un equipo invertebrado, sin calidad técnica ni física. El nuevo entrenador siempre supo la verdad, si bien un par de buenos resultados, la metralleta de Ángel y una correcta diposición sobre el campo animaron a que se lanzaran las campanas al vuelo. Vino el Getafe y frenó en seco el optimismo artificial que se había generado desde un análisis forofo, en nada riguroso. Llegó el Reus con su modesto pero eficaz tiralíneas y lo utilizó como una navaja para reabrir viejas heridas que nunca se habían cerrado.

El Real Zaragoza no da más de sí gracias a una planificación digna del enemigo. Antes y después de estas dos derrotas consecutivas, de un acercamiento a la zona de descenso, ha sido el mismo. Inconsistente, sobrecargado de futbolistas caducos y de dirigentes de serie B, apenas se sostiene en pie para competir si no es con el viento a favor de una afición digna de todos los elogios. Lo preocupante de Reus no es el resultado, ni siquiera el olor a azufre que llega desde abajo. Lo alarmante es que se haya sentido príncipe cuando nunca logró despojarse de su condición de rana. Y hasta qué punto aquellos demonios que se manifestaron antes de la venta de humo al por mayor, puedan reinstalarse en la frágil moral de un grupo que van tan justo de carácter, con algunos de sus jugadores principales preparando las maletas para buscar otros destinos más cálidos.

Hace falta una victoria. Quizás mejor dos. Para alcanzarlas hay que replantear un nuevo exorcismo porque los demonios siguen ahí como bien se pudo comprobar en Reus. Ni un solo futbolista supo, pudo o quiso alcanzar un mínimo de presencia en el campo. El único que demostró algo de honestidad pese a que está hecho unos zorros fue el agonizante Samaras, quien en su debut tuvo las mejores oportunidades, las únicas. Además el griego peleó contra su cuerpo y sus propios compañeros, todos desquiciados, imprecisos, abotargados de pases horizontales insípidos, de racanaría defensiva y repliegue moroso. Samaras fue el líder de un ejército sin casaca, galones ni armas. Así le fue al Real Zaragoza, que perdió a Cani por insistir en quejarse al árbitro, por un arrebato chiquillo aun acompañándole la razón que extravió. La expulsión del centrocampista puso punto final a una noche cerrada, con los cuatro defensas amonestados.

César Láinez no ha dejado de insistir en la flaqueza de fuerzas de su equipo, en lo justo que va. Ahora el técnico, que había logrado vigorizar tácticamente al bloque para salir adelante y evitar el descenso, tendrá que incluir en su receta médica una estrategia para sacar lo antes posible al viejo diablo del cuerpo de un equipo sin alma. Tendrá que ser desde la humildad y el trabajo, valores despreciados en Reus. Por lanzar las campanas al vuelo, ahora repican en señal de auxilio.