A la hora de decir adiós a alguien siempre llegan los elogios, muchas veces poco sinceros y forzados. En el mundo del fútbol sucede lo mismo, pero hay futbolistas que dejan huella y cuyo recuerdo es mágico a la par que permanente. Este es el caso de Cani, un jugador del que es imposible hablar mal como futbolista, como persona y como compañero. El de Torrero fue honesto en su despedida. Sabe que no está en la plenitud física de épocas más jóvenes y gloriosas. Una retirada a tiempo es una victoria, tanto como la Copa del Rey, la Supercopa, los partidos de Champions, el entrenamiento con la selección, los innumerables amigos que ha hecho a lo largo de su dilatada carrera... 30.000 minutos en la élite dan para mucho. Y muy bueno, además.

En su etapa juvenil comenzó a despuntar el canijo. En la temporada del cambio de siglo, Carlos Rojo fue su entrenador. El técnico zaragozano, un habitual en las categorías inferiores del conjunto blanquillo, lo recuerda como un jugador alegre y «muy honrado consigo mismo. Un líder, dentro y fuera del campo. Aún cuando no jugaba aportaba al equipo, siempre estaba implicado». Aunque no era titular indiscutible en el juvenil que acabó campeón de Liga, Rojo asegura que «ha jugado bien al fútbol desde que nació. Muchas veces para saber cómo correr es necesario aprender a caminar». Tenía el perfil de un joven futbolista de fina técnica pero con la imperiosa necesidad de mejorar en el aspecto físico.

Por ello, el Real Zaragoza acordó que fuera cedido al Utebo en Tercera División. Por aquel entonces tenía diecinueve años y era su primera experiencia sin el escudo del león rampante en el pecho, una circunstancia que no impidió mostrar sus prometedoras cualidades. «En Tercera ya evidenciaba la clase que atesoraba. Aquel año fue de máxima ilusión, estuvimos compitiendo hasta la última jornada por entrar en promoción y fue un futbolista totalmente diferencial. Era un jugador que iba por delante del resto», comenta Ángel Chamarro, su entrenador. En Santa Ana disfrutó de minutos para desfogarse y poder probarse en una categoría tan exigente. «A Cani no le podías decir lo que tenía que hacer con el balón porque seguramente te podías equivocar. Había que darle libertad», agrega.

Además, el por entonces entrenador del Utebo confiesa una premonición que tuvo: «En una de las primeras charlas que mantuvimos todo el grupo hice un comentario dirigido especialmente a Rubén en el que le hice saber que no concebía un futuro sin verle jugar en Primera con el Real Zaragoza». Se cumplió.

El mágico día de su debut

Como para tantos y tantos jugadores que han pasado por la Ciudad Deportiva, Manolo Villanova ha sido como un padre, un modelo a seguir y un hombre al que hay que escuchar por sus vivencias. «Había estado en el Utebo y había algunas dudas sobre su incorporación al filial. Dije que quería verle durante una semana para decidir. A los dos días ya dije que había que firmarle porque era una sorpresa su calidad técnica», cuenta. De hecho, Villanova confiesa que le tuvo que llamar la atención varias veces porque quería que participase más con el balón y en defensa.

Cani entendió a la perfección la exigencia del técnico del filial: «Cuando veo a un jugador que tiene potencial, le exijo. Él y Ander Herrera son los que más he exigido porque su potencial era tremendo. Ha sido de lo mejorcito que ha pasado por el Real Zaragoza». Así se demostró.

Tras su buena campaña en el filial en Segunda B, llegó el debut en La Romareda. Fue en la última jornada de Liga, allá por el 2002, y quien le hizo saltar al campo, a media hora del final del partido contra el Barcelona, fue Marcos Alonso. «Estuve poco tiempo en el Zaragoza y recuerdo que Cani subió varios días a entrenar con nosotros y se le veían muy buenas cualidades, pero la situación no era muy propicia para su debut con todo lo que estaba viviendo el equipo. Cuando ya llegó el descenso en el último partido sí le di esa oportunidad y todo lo que ha hecho después ha confirmado el gran jugador que apuntaba a ser», comenta. Y añade: «Era un chico rápido, con muy buena técnica, pero sobre todo con un gran dribling, con un desparpajo para intentar cosas, para atreverse. El caño que le hizo a Reiziger nada más salir es el mejor ejemplo. En ese momento, claro que tenía muchas cosas que mejorar, pero se veía también que había un jugador de Primera en él».

En Segunda División, con Paco Flores en el banquillo, se comenzó a forjar el jugador que se intuía años atrás. «Cani era un adelantado a su tiempo y muy descarado para lo joven que era. Llevó el timón del equipo que derivó en el ascenso. Estaba convencido porque cuando un chico con tanta juventud era capaz de hacer lo que hacía y llevar la manija del equipo, el final debe ser fantástico, como así ha sido. Además, era un chico simpático, muy llano y muy cercano», cuenta el técnico que devolvió al club a Primera División.

El cierre del círculo

Ya consagrado en la élite, el de Torrero fue uno de los grandes artífices de momentos mágicos del zaragocismo como la Copa del Rey y la posterior Supercopa del 2004. Víctor Muñoz, entrenador de aquel año, reconoce sobre Cani que «es, sin duda, uno de los mejores jugadores aragoneses que ha habido, a pesar de que no llegó a ser internacional. Es lo que le faltó, unas veces porque no había sitio y otras, por otras razones. En cualquier caso, el mejor futbolista salido de la casa en los últimos años junto a Ander Herrera». «Era un jugador muy alegre, con desequilibrio, buen regate y un disparo aceptable. Parecía frágil físicamente, pero era fuerte, tenía muy pocas lesiones y, por supuesto, gran calidad», añade.

Con su salida al Villarreal se abrió un círculo que tardaría una década en cerrarse con su vuelta a Zaragoza. En la ciudad castellonense estuvo ocho temporadas y media y uno de sus técnicos fue Marcelino García Toral, un viejo conocido de la parroquia zaragocista. Sobre Cani, el asturiano afirma que es «uno de los jugadores de más talento futbolístico que tuve la suerte de entrenar, un futbolista de mucha calidad, de mucha capacidad con el balón y que veía bien el fútbol. Además, era un chico muy querido en los vestuarios que tuvimos en el Villarreal, otro valor importante».

Tras su paso por el Atlético de Madrid y el Deportivo, Cani volvió a casa por la puerta grande. Al final de la campaña le dirigió algo más que un entrenador, un amigo en toda regla como es César Láinez. «Me siento afortunado de haberle visto debutar y crecer. Muchos han tenido la suerte de jugar a su lado, yo he tenido la fortuna de haber sido su compañero y su entrenador», afirma el exportero.

«Técnicamente, es de lo mejor que ha pasado por La Romareda seguro, pero además es un gran tipo a nivel de vestuario. En el campo supo ser responsable y competitivo, pero fuera era una persona muy divertida, capaz de sacar una risa al vestuario más serio», recalca Láinez. El círculo queda cerrado del todo con su retirada en el club que le vio crecer. Cualquier mala palabra hacia Cani hubiera sido inmerecida. Gracias por todo, genio.