Quince años de vida han dado para toda una historia. Hoy se cumplen cien años del nacimiento del Iberia Sport Club (24 de marzo de 1917), una institución fundamental para entender los primeros pasos del fútbol en Zaragoza, su cimentación, su edificación, su desarrollo. Podría servir incluso para explicar en parte el presente. El Real Zaragoza que ha llegado hasta hoy no se entendería sin aquel Iberia avispa, después de lograr armonizar los sentimientos de una ciudad partida brutalmente en dos para levantar el club de todos, un proyecto potente, el equipo definitivo.

Se explicó durante muchos años que el Iberia fue el equipo del pueblo, por aquello de que en su origen estuvo integrado por algunos obreros de la empresa Escoriaza. Esa versión no se sostiene hoy en día, una vez conocido que el club fue fundado en gran parte por alumnos y exalumnos del colegio El Salvador, centro que acogía a clases altas de la ciudad. De hecho, fue el equipo de la Universidad y entre sus directivos hubo también altos rangos de la Academia General Militar.

Explica Ángel Aznar, expresidente del Real Zaragoza y estudioso de la historia del fútbol zaragozano, que había futbolistas «que de obreros no tenían nada» como Julio Ostalé. «Él procedía de una familia económicamente potente y luego fue rico». Fue uno de aquellos imberbes jesuitas que participaron en el nacimiento del club. «En sus memorias, Ostalé cuenta que el club se fundó en un banco de la plaza del Pilar, donde se juntaban todos los chavales, entre ellos los hermanos Abinzano, argentinos. Decía Ostalé que después de la decisión de montar el equipo, se metieron a un salón de billares a jugar, pero que él casi no podía porque no llegaba bien a la mesa».

El detalle de las memorias permite hacer idea de cómo apareció el fútbol, de ayer y de hoy. En una charla de jovenzuelos nació el Iberia, consecuentemente el Real Zaragoza. Los llamativos colores de su equipación, amarillo y negro, que el club actual recuperó a mediados de los años 90, fueron también una seña de identidad para los inolvidables avispas, quienes no tardaron en llenar sus vitrinas. En 1917 lograron su primer Campeonato Regional, al cual unirían los de 1918, 1919, 1920, 1921, 1923, 1926, 1927, 1928, 1929, 1930 y 1931. No lograron, no obstante, el ascenso a Primera, aunque varias veces estuvieron cerca.

«Fue el equipo más importante de Aragón hasta su autodisolución, que daría paso al Real Zaragoza. La mal llamada fusión entre el Zaragoza y el Iberia no fue tal. Ambos clubs se habían disuelto antes. Los avispas, el mismo 18 de marzo del 32, día de la constitución del Zaragoza actual. Los tomates, en diciembre del 31», explica Pedro Luis Ferrer, periodista e historiador zaragocista que prepara otro libro imprescindible. Añade un detalle: «El Real Zaragoza actual tiene los derechos federativos del Iberia, pero a efectos oficiales no es el mismo club porque el Iberia se disolvió».

El fútbol había llegado a la capital aragonesa 14 años antes de surgir el Iberia. En 1903 se fundó el Zaragoza Foot-Ball Club, que jugaba en el campo del Sepulcro, en una explanada que había frente a la estación del Portillo, donde están las casas de los militares o el cuartel de la Policía Nacional, en un triángulo que se puede imaginar hoy por la avenida Clavé, Madre Sacramento y cortando por la mitad la calle García Galdeano hasta el paseo de María Agustín.

Después hubo clubs variopintos: el Hamaika, el Sparta o el Club de la Perra Gorda (era una moneda de 10 céntimos de peseta). Todos aquellos proyectos tuvieron una corta vida, hasta que apareció en 1912 la Gimnástica de José María Gayarre, que posteriormente sería el último presidente del Iberia y el primero del Real Zaragoza. Fue, además, el primer club que tuvo un campo propio, en Puerta Sancho, y el que incorporó la equipación avispa que ha llegado hasta hoy. Sus jugadores, además, vestían gorras fuera del campo que les daban cierta distinción. Disputaba sus partidos en un campo que había a la entrada de La Almozara, junto a un apeadero de ferrocarril. «Allí jugaban los domingos y hacían competiciones de salto de altura, salto de longitud, etcétera. Les llamaban Juegos Olímpicos. Hicieron insignias, se colocaban unas gorras japonesas ladeadas que quedaban muy bien…», recuerda Aznar, que cuenta con un imponente archivo fotográfico del fútbol aragonés y escribió un libro de la historia del Real Zaragoza.

La Gimnástica incluso jugó contra equipos de fuera de la ciudad como la Unión Ciclista San Sebastián, hoy Real Sociedad, en octubre de 1915. «Allí empezaron los problemas del club, que no pudo pagar el hospedaje de los visitantes, fue denunciado y acabó desapareciendo por problemas económicos», explica Aznar.

Más tarde aparecerían el España y, por supuesto, el Iberia, formado por animosos aficionados que se reunían en el campo del Sepulcro. Se hacían las porterías con montones de ropa las más de las veces. Otras llevaban palos para formar las puertas del gol. Eran tiempos bien distintos. En aquellos primeros años se jugaba sin árbitros y las decisiones se tomaban por unanimidad. Más tarde, los penaltis se lanzaban en función de si lo aceptaba el equipo contrario. «Si el portero se colocaba apoyado en un palo dejando toda la portería libre, normalmente el contrario lo lanzaba fuera como gesto de consideración. Había partidos que se tiraban cinco o seis penaltis fuera en esos días de árbitros aficionados. Esos gestos se aplaudían mucho», cuenta Aznar.

Todo era distinto, en Zaragoza y en el fútbol, tan voluble como la sociedad y los gobiernos de la época. En aquella etapa comenzaron a formarse equipos en la calle Bilbao, donde también jugó el Iberia antes de levantar su estadio en Torrero. Por allí pasaron, por ejemplo, los alemanes que huían de la guerra del Camerún, más de mil según algunas estimaciones. Venían con sus deportes en la mochila y buscaban un sitio para jugar. Lo encontraron en la calle Bilbao, aproximadamente el espacio que ocupa hoy el colegio Compañía de María. Adecuaron los campos e incluso aprovecharon los conductos de los lavaderos que había en ese espacio para hacer unas boleras. «Hicieron muchas cosas. Lo mejor, que cerraron el campo y consiguieron atraer a muchos espectadores. Los alemanes hicieron su propio equipo, el Alemán FC, y jugaron algunos partidos, aunque nunca compitieron oficialmente. Hacían varios juegos e invitaban a otros equipos como el Fuenclara a jugar. Hasta que el Fuenclara se quedó con el campo porque los alemanes se dedicaban más a tomar cerveza que a jugar».

De la etapa del Iberia se recuerda, sobre todo, la gran rivalidad que tenía con el Zaragoza de la época. «Se llegó a una lucha cainita, por encima incluso de la que existe entre el Betis y el Sevilla», explica Ferrer. Añade Aznar: «La ciudad estaba absolutamente dividida. Cuando ganaban unos u otros, todo el paseo se llenaba de banderas con la gente cantando e insultando al de enfrente. Había un bar donde estaba el McDonald’s de la plaza de España que era de los del Iberia. Al fondo, a la derecha del Lizarrán, había otro que era del Zaragoza. De un lado al otro se insultaban, había peleas, se montaban líos en los cines cuando estaban las luces apagadas… En fin, que toda aquella rivalidad se trasladó a la sociedad».

El Zaragoza Fútbol Club, la otra pata del equipo presente, nació en 1922, aunque casi siempre arrastró problemas, con constantes cambios en su estructura directiva y deportiva. Su presidente más destacado quizá fue Pascual Irache, que hizo el campo de la Torre de Bruil, también conocido como Conde Asalto. Pero aquellos problemas crematísticos lo llevaron a diferentes fusiones. «Primero con el Fuenclara, después con el Stadium, que ya era un gallito. A partir de ese momento compitieron contra el Iberia. Las fuerzas vivas de la ciudad se dividieron también. Al lado del Zaragoza estaban el conde de Sobradiel o Emilio Ara, por ejemplo», relata el expresidente.

El Zaragoza tuvo que alquilar en lo que es hoy el parque Bruil unos terrenos pertenecientes a la familia de Juan Monserrat, que luego fue Justicia de Aragón. «La disolución del Zaragoza se produjo por una deuda de mil pesetas con el Osasuna. Desapareció en diciembre de 1931, cuando el Iberia ya había bajado a Tercera División. La unión de ambos era inevitable, un motivo de necesidad económica. O quitaban un campo, una plantilla, una secretaría, etcétera y juntaban los socios, o no podían subsistir. Ya cabía mucha gente en Torrero. Después harían la gradona, que elevó el aforo hasta 15.000. El primer entrenador fue Elías Sauca, que luego estuvo toda su vida de cocinero en una pensión encima del cine Gran Vía», recuerda Ángel Aznar.

Parte fundamental de esta historia es el campo de Torrero, conocido como la Catedral Gualdinegra. Fue inaugurado el 7 de octubre de 1923 con un aforo de ocho mil espectadores, una capacidad superior a la cómun. Toda una demostración de poderío. El campo fue construido en la calle Lasierra Purroy, en un duro terreno donde se asentó la batería de cañones más importante de los franceses durante la Guerra de la Independencia, un siglo largo atrás. Cambiaron los olivos para levantar primero una pequeña tribuna de madera. Con el tiempo llegaría la piscina y su trampolín, incluso un campo anexo con velódromo llamado San Antonio. «El Iberia ganaba el 90% de los campeonatos. También ganaba y mandaba en la federación, donde había una corrupción tremenda. La primera plantilla del Real Zaragoza, para que la gente se haga a la idea, eran todos del Iberia menos uno». La consanguinidad con el actual club resulta más que evidente. Aquel Iberia con el que nació el fútbol definitivo para la ciudad de Zaragoza cumpliría hoy cien años. Felicidades.