Hay algo peor que el enfado de la grada con su equipo. Es el hartazgo, la sensación de agotamiento, el sentir que da igual pitar o mostrar pañuelos, que la solución no va a llegar, que se ha perdido la esperanza y que sea cual sea la reacción ante el esperpento futbolístico nada va a cambiar. La Romareda mostró una tímida reacción de enfado con su equipo, demasiado tímida, señal de ese hartazgo, algo que debe preocupar y mucho a los rectores de la entidad.

La muestra de ese hastío llegó, sobre todo, al final del choque. La primera derrota en La Romareda, la sensación de caída del equipo, la mala imagen de la primera mitad, las cinco jornadas sin ganar, la impresión de que la cuarta temporada en Segunda apunta a un nuevo fiasco para regresar a Primera, al sitio que, por historia y por afición, merece el Zaragoza... Son demasiados motivos para mostrar un claro enfado y los pitos, con los jugadores en el centro del campo, duraron poco más de un suspiro, unos pocos segundos, cuando antes muchos de los casi 16.000 espectadores de La Romareda ya habían dejado su localidad.

Fue algo más significativa la reacción de la grada al final de la primera parte. Se escuchó algún «fuera, fuera», se vieron pa- ñuelos y hubo más pitos, pero tampoco ninguna barbaridad. Y entonces venía el equipo de un tramo final del primer acto donde rayó la vergüenza absoluta, con tres goles y una sensación de fragilidad e impotencia que resultó del todo sonrojante y que no es nueva en esta temporada. A saber: en Lugo en el tramo final, en Sevilla y en Soria durante la mayor parte del segundo acto, incluso en el primer tiempo frente al Córdoba. Ninguno de ellos en todo caso como el desplome que se vio para que el Zaragoza llegara con un vergonzoso 0-3 ante un Elche que venía tocado y en crisis de resultados al campo zaragocista y que se encontró todo un regalo con la victoria.

Irureta, en el centro

La intensidad de los pitos aumentó con los goles, claro está. No hubo silbidos tras el primero, sí tras el segundo y el fallo garrafal de Irureta y muchos más tras el tercero. El portero fue el más señalado en la derrota, ya que se tuvo que escuchar varias raciones de pitos e incluso alguna mofa cuando atrapaba algún balón, una muestra de enfado mucho más dolorosa para un profesional. En todo caso, Irureta ya tiene una pesada losa dentro del zaragocismo que va a ser complicado que remonte. Casi un milagro.

Los cambios de Milla llegaron cuando el equipo trataba de reaccionar. Por eso, ni el lesionado Xumetra, ni Erik Morán, que tuvieron división de opiniones en su salida, focalizaron el enfado de la grada, tampoco Barrera, que se quedó en el descanso en el banquillo. La Romareda sí trató de engancharse a la pequeña esperanza de la remontada, sin mucha ilusión por lo complicado del milagro y por el nivel de su equipo, pero al final, cuando llegó la derrota, pitó casi por compromiso y se marchó con una sensación de hartazgo igual de negativa que la actual crisis.