«Esa pregunta me importa un bledo», dijo Raúl Agné cuando le cuestionaron por su futuro. «No miro por mí», quiso explicar el técnico, que recogió en Huesca una cartuchera llena pero malgasta balas a tal velocidad que está medio desarmado otra vez. Aún peor, casi para el tiro de gracia. Aseguró que quiere seguir compitiendo «así», hilando de alguna manera su discurso último del pasado viernes con sus primeras declaraciones de ayer. Primero dijo que el Zaragoza juega ahora «mejor, mucho mejor» que cuando llegó al banquillo en octubre. En Alcorcón insistió en que ve al equipo «cada vez más fuerte», pese a que ni el fútbol ni, por supuesto, los números le dan la razón. Un dato lo explica: ha sumado 5 puntos de los últimos 21, los correspondientes al año 2017. Huelga decir que con esa regularidad, explicada en una victoria en siete partidos, su competitivo equipo se va de cabeza a Segunda B.

Se le podría conceder a Agné, de alguna manera, la teórica mejoría en el fútbol de su equipo. Quizá ahora parezca el Zaragoza más intenso, puede que haya aclarado clara alguna idea, acaso se le advierta robustez. Poco más, insuficiente. Tiene que ver en esto, en todo caso, el mercado de invierno y esos dos defensas fichados. También el portero, que ayer demostró que no hace falta ser una superestrella para rendir con normalidad debajo de los palos. Dirán que a este también le marcaron, y qué más da para el caso. La diferencia es que no se le pueden atribuir culpas del gol, que hubo sobriedad, sobre todo que no se vio ninguna verbena.

En cuanto a planes de ataque, hay poco donde buscar. Agné volvió a juntar a Xumetra, Lanzarote y Cani por detrás de Ángel. Se creyó, viendo la alineación, que el Zaragoza propondría un partido de dominio, para poder ganar desde el talento en alguina combinación. Bastaron un par de minutos para entender que no sería así, que no partía de la base de los mejores minutos ante el Levante. Una incongruencia. Los hombres elegidos no concordaban con el planteamiento de Agné, que incluyó otra vez decenas de pelotazos. Obviamente, Ángel y compañía ganaron bien pocos. Tanto es así que su equipo sumó una sola ocasión clara en todo el partido. No fue, bien se sabe, la del gol, que compusieron entre Dimitrovic y David Navarro en una de esas charlotadas habituales de la categoría.

Cuando el técnico rectificó, sentó a Lanza y puso un segundo delantero, el partido se le hizo más suave. Creó espacios, encontró pasillos, Cani tuvo aire... Aunque le faltó un punto de insurrección, de resistirse a su realidad. Baste decir que en los tres minutos después del empate dio más sensación de peligro que en el resto del partido. Quiso ganar en unos segundos, quizá solo entonces comprendió que debía. Pero había perdido una hora de partido, como en Tenerife, como en Murcia. Fue el azar, nada más, lo que le proporcionó el empate, que da la impresión de valer bien poco para el ascenso (está a 17 puntos del segundo y a 8 del sexto), pero que quizá acabe siendo valiosísimo para la permanencia. Así de mal pinta el asunto. Peor, mucho peor.