—¿Cómo empieza en el fútbol?

—En la calle, claro. Soy de un pueblo de cerca de Rosario y mi sueño era hacer una prueba con algún club de AFA, tuve alguna otra, pero apareció Newell’s y no lo dudé. Estaba cerca de casa, para mí era cómodo jugar allí y el club a nivel de cantera siempre estuvo bien armado. Fue muy bueno entrar allí en mi carrera.

—De Rosario, como Messi. ¿Lo conocía en sus inicios?

—Cuando yo debuto en el 2000, él estaba marchando para Europa y en los años anteriores no lo conocía. Sabía la historia, las vacunas, que recurrió a River y a muchos lados y que al final acabó en Barcelona. El padre de un compañero mío en Newell’s, Domínguez, dirigía en Malvinas, donde salió Messi y lo había entrenado, pero personalmente yo no lo conocía.

—Después ya sí lo hizo. Leo se ha convertido en uno de los grandes de la historia, ¿no?

—Cuando empezó marcaba diferencias, tenía algo que ya te hacía ver que llegaría lejos. Pero empezó a hacer tantas diferencias... Sorprende todo lo que hace, es muy grande. Tenemos amigos en común, como Gaby (Milito), nos conocemos, pero no hay una relación estrecha.

—Usted llega al Zaragoza en el 2003. ¿Qué le decidió a venir?

—Ya tenía referencias porque estaba el Hueso (Galletti). El presidente de Newell’s, mi agente y yo estábamos buscando para ir a Europa. Sabía los argentinos que habían pasado por el club. Y no había mucho que preguntar. Me contaron cómo era la ciudad, había el mismo idioma... Y caímos allí con Gaby, Álvaro, Savio… El lugar adecuado, sin duda.

—Gaby Milito, Álvaro, Savio, Villa y usted. Menudos fichajes…

—Estaban Pedro Herrera y Miguel Pardeza y realizaron una buena labor. Pedro conoce el fútbol sudamericano, ya había hablado con él antes de venir y hasta hoy mantengo una gran relación. Siempre me ayudó y me transmitió ese cariño, ese aprecio. Hablo también mucho con su hijo Ander. Pedro se abrió mucho para que todo me fuera bien allá, más fácil, y le estoy muy agradecido.

—Llega y la primera temporada logran la Copa del Rey ante el Real Madrid en la final. ¿Qué significa aquel título en su carrera deportiva?

—Me marcó mucho, recuerdo que al llegar se nos decía que el Zaragoza era muy copero y lo fuimos, vaya que sí. Fue muy bueno para mí. De todo lo que viví, eso fue de lo más importante, en un grupo que se iba armando y que alcanzó la gloria ese día.

—¿Qué le viene a la mente de aquel 17 de marzo de 2004?

—Me acuerdo de antes de la final, de la afición al llegar al estadio, de nuestros amigos y familiares y, después, de los festejos y la alegría. Estábamos recién llegados y fue todo como un sueño.

—En ese Zaragoza la voz de mando y el liderazgo eran de Gaby.

—Nació con ese gen de líder. Y con el carácter del fútbol que le gustaba, sabía lo que quería hacer. Ves jugadores que van creciendo y otros que ya son importantes desde el principio. Gaby era de estos últimos. Charly (Cuartero) se apoyaba mucho en él, también en Hueso y en Álvaro. Teníamos un equipo para disfrutar mucho. Y lo hicimos.

—También destacaban mucho en aquel Zaragoza Savio y Villa.

—Savio venía del Madrid, había hecho ya su carrera y llegaba a un club que le iba a dar más comodidades y dio mucho al equipo. Al Guaje le decíamos que venía de Gijón con la boina puesta (sonríe) y menuda carrera hizo. Se le veía que era de esos goleadores que querían ganar hasta en las prácticas. Creció mucho gracias a esa ambición.

—¿Qué importancia tuvo para usted la llegada de Movilla en enero del 2004 como compañero en el centro del campo?

—Mucha. El Pelado tenía su experiencia y yo estaba nuevito, con 22 años. Aún estaba entendiendo el fútbol español y haciéndome jugador. Fue importante para mí y para todos, entró bien en el equipo, en la necesidad que había.

—Aquel Zaragoza de Víctor Muñoz llegó a otra final de Copa dos años después, y la perdió con el Espanyol.

—Una verdadera pena. Hicimos una Copa sensacional, dejando fuera al Atlético, al Real Madrid y al Barcelona. ¡Es que las finales las habíamos jugado antes! Cuando llegamos al Espanyol no sé si pensábamos que éramos mejores o que nos bastaba con lo que veníamos haciendo, pero fue de los partidos que más me dolió perder, esa final la sentí mucho.

—¿Influyeron en la derrota los problemas en el vestuario, la división por la titularidad de Óscar o de Savio, por ejemplo?

—No, no fue eso. Con lo que habíamos pasado no estábamos para eso. El partido no se dio, nos descuidamos. El resultado, el 4-1, tampoco reflejó lo que sucedió. El encuentro no salió y es uno de esos partidos que querría volverlos a jugar. Lo haríamos de otra manera y seguro que el resultado se daría distinto.

—El camino de aquel torneo dejó un partido memorable, el 6-1 al Madrid. ¿Qué sintió aquel día?

—Es uno de los partidos donde más feliz me he sentido siendo jugador. Esos encuentros no se planean, salen y todos dan su mejor versión, aunque sobre todo lo hizo Diego (Milito), con esos cuatro goles. Solo nos quedó acompañarlo. Esos partidos marcan, quedan en la leyenda y por suerte estuve en uno de ellos.

—El Zaragoza juntó a Diego y a Gaby, a los Milito.

—Sí, Diego quiso venir y compartir vestuario con su hermano. De carácter son diferentes, pero en la cancha no, los dos querían ganar, eran ambiciosos. Fuera, uno es más tranquilo y otro más inquieto. Hay algo que les une, que ponen por delante a la familia y amigos. Son muy buena gente.

—Se va en enero del 2007, ya con Víctor Fernández. ¿Por qué?

—No hubo problemas ni nada de eso. Me tocaba irme, era el destino y por eso también después volví. No era titular fijo, pero había jugado en 13 partidos. Víctor no me dijo que me tenía que ir, vino River, un club grande, el sueño de muchos en Argentina, la posibilidad de acercarme a mi familia... Todo eso me tiró. Sabía que en el Zaragoza iba a estar entre los 13 o 14 que iban a contar más y yo lo iba a pelear. No tengo rencor ni nada de eso hacia Víctor, fue una decisión personal.

—Solo estuvo en River dos años antes de regresar a Zaragoza en enero del 2009.

—Al volver allí salimos campeones con Simeone en enero del 2008 y en el siguiente torneo no nos fue bien y yo me rompí el metatarsiano. Estaba para volver en la pretemporada y el entrenador, Gorosito, buscaba jugadores que él había tenido y salió para mí la opción de Zaragoza. Con Silvia habíamos estado muy bien, había nacido Paula, mi hija... Si no hubiera sido esa posibilidad no sé si habría vuelto, pero ni lo pensamos, ya que conocíamos todo. Y volví para jugar en Segunda, aunque con muchas ganas y con el recuerdo de lo vivido. Además, cuando te vienen a buscar es porque algo bueno has dejado.

—El Zaragoza que se encontró era muy diferente al que dejó.

—Sin duda. No era el Zaragoza que había vivido esos tres años y medio anteriores. Antes solo nos dedicábamos a jugar, nada había que te preocupara fuera, ningún problema extra, que eso te incomoda si no lo puedes solucionar. Y yo tomé otro rol con respecto a la primera etapa, porque era más veterano, conocía el club, pero eso supuso más desgaste.

—Vivió el final de la etapa de Soláns, hasta mayo del 2006, y el inicio de la de Agapito. ¿Ahí estaba la diferencia que veía?

—Lo que les diferenciaba está en los hechos, no voy a descubrir a nadie. Cada uno se manejaba a su manera, pero cuando las instituciones no se interpretan como deben caes en una sintonía de la que es difícil levantarte. Con Agapito aquellos años fueron mucho más agitados de lo que pensaba, yo era el segundo capitán tras Gabi, después fui el primero y hubo muchas cosas: los impagos las deudas, la ley concursal... Pasaban cosas que no había vivido, que dolían y que no comprendía por qué. Fue difícil vivir eso.

—Usted pide marcharse en el verano del 2011 y lo logra en enero del 2012.

—Y me vuelvo a River a Segunda, a un club donde en los primeros años no había dejado una marca como pretendía y tenía esa espina clavada. En julio del 2011 ya me pude ir, le planteé a Agapito cuál era la solución, le dije que no daba para más, que no le iba a ofrecer al equipo lo que necesitaba, que estaba desgastado y me encontraba lejos de las raíces y de la familia. Era un cúmulo de cosas que sentía.

—Antes de irse sufrió dos permanencias agónicas en Primera, en la 09-10 y en la 10- 11. La segunda además con la sombra de la sospecha del supuesto amaño del Levante-Zaragoza por el que van a ir a juicio. ¿Cómo vivió todo eso?

—Te queda el regusto amargo. Fui a Valencia a declarar y la sensación al ir es fea, estás a la vista, todos se agarran a algo, a esas suspicacias… Es de lo peor que viví en el fútbol fuera de la cancha. El equipo siempre estaba al borde del abismo en varias temporadas para no descender y eso genera suspicacias, lo que se dice, se oye... Y eso duele. Sobre todo duele vivir las suspicacias.

—Fueron años de mucho desgaste emocional, ¿no?

—Sí, nos dejamos la piel aquellos años, entrenando y jugando. Y estabas toda la Liga pensando en no descender, todos los partidos eran finales, no había un encuentro de más respiro. Se hicieron muy difíciles aquellas temporadas.

—De sus técnicos en el Zaragoza, ¿con cuál se queda?

—Me hubiera gustado estar más tiempo con Marcelino. Tenía buena relación y me daba confianza. Por todo lo que ha hecho en sus clubs me habría encantado haberlo tenido más tiempo. Marcelino impone su temperamento, la manera de jugar, la exigencia y el comportamiento profesional. De Javier Aguirre también guardo buen recuerdo, tenía algo muy humano, te escuchaba, era cercano. Lograba una buena relación con el vestuario, hacía grupo.

—¿Y con cuál jugador?

—Imposible elegir uno. Cuando llegué con Gaby estaban Rebosio o Toledo, una defensa sudamericana que no la pasaba nadie (sonríe). Y Cani, Diego, Hueso, Guaje, Zapater... En los entrenamientos el que me llamaba más la atención era Savio. Menuda calidad. Y Alvarito, por su personalidad. Esos jugadores marcaban.

—¿Guarda relación aún con alguien en Zaragoza?

—Con Charly Cuartero hablo a veces y con Pedro Herrera, aunque ahora no está en el club, hablo mucho, porque le encanta el fútbol argentino y me manda mensajes casi cada vez que juego. Tengo aún gente muy querida allí y quiero ir a visitarlos lo antes que pueda, en cuanto me retire.

—246 partidos en el Zaragoza. El segundo extranjero que más tras Poyet. ¿Qué le dice ese dato?

—Estoy orgulloso, me gusta que se reconozca eso. Es que busqué eso. Yo solo tengo tres clubs en mi carrera. Newell´s fue el que me inició, el Zaragoza, el que me dio la posibilidad de ir a Europa y cumplir un sueño y River supuso la opción de lograr cosas a nivel internacional y de ser reconocido. Los tres marcan mi carrera. Me gusta ese sentido de pertenecía. En Zaragoza estuve seis años y medio, en Newell’s, siete y en River va para ocho. Sé que soy extraño para muchos por esos periodos tan largos, pero es lo que deseo, me hace sentir bien.

—Aquí se le recuerda como un jugador racial, de carácter.

—Y me encanta. Es que soy eso, un jugador de carácter, de garra, ahora con más experiencia y con un punto menos de locura. Eso, mi forma de ser, me hizo llegar a un grande en Argentina y a consolidarme en un equipo de los más importantes de España. Por mucho que ahora no esté en su mejor momento, la historia de un club como el Zaragoza es para sacarse el sombrero.

—También en el Zaragoza fue polivalente, llegó como el ‘5’ argentino, pero fue en muchos partidos lateral derecho e izquierdo.

—Jugué de todo y siempre tratando de cumplir. No sé si es bueno o malo tener tantas posiciones, pero yo lo que quería era estar, ayudar. Por eso jugué tanto, por estar siempre dispuesto a lo que toque, a lo que necesite el técnico.

—¿Le da tristeza la situación del Zaragoza, en Segunda por quinto año consecutivo y peleando por salir de abajo?

—Veo los partidos que puedo y los resúmenes. Me da mucha tristeza, sobre todo por no entender el porqué se llegó a esta situación. Ojalá le pase al Zaragoza que esté arriba en la tabla en Segunda pronto y que suba. Si lo que está pasando esta temporada puede ser una base para que vengan cosas buenas, pues a sufrirlo.

—Acaba de cumplir 36 años. ¿Hasta cuándo le queda como futbolista de élite?

—Me resta contrato en River hasta junio y seguramente renueve un año más, hasta 2019. Entonces tendré ya 37 y no quedará mucha cuerda ya, eso seguro. Lo que quiero es dejar el fútbol antes de que él me deje a mí. Si no tengo la motivación, seré el primero en decir ‘hasta luego, muchas gracias’, pero ahora las ganas y la ilusión son máximas y el físico, que es clave, acompaña.

—¿Dónde se ve tras retirarse?

—En algo relacionado con el fútbol. Entrenador seguro que no porque hay que estar más preparado que para ser jugador, es el triple de trabajo. Me gustaría tener una relación con Zaragoza y ayudar al club. Las puertas de River las tengo abiertas. Donde esté, que sea para aportar.