El paso de las horas no ha mejorado la situación de Ranko Popovic como entrenador del Real Zaragoza. El análisis pausado del marcador en Alcorcón y sus causas, unidas al deficiente fútbol que el equipo ha desarrollado en las últimas jornadas, han encallejonado el presente del técnico serbio, obligado a responder otra vez de forma inmediata para sostenerse en el puesto. No habrá ninguna decisión esta semana, eso seguro. En lo que respecta al futuro, no hay una determinación firme, al menos en este momento. La idea es medir los pasos uno a uno, responder en función de los resultados y las circunstancias. Es decir, va a influir la atmósfera de La Romareda, la capacidad de reacción que muestre el equipo en cuanto a actitud, el juego que sea capaz de desarrollar... y los resultados, obviamente. Si la deriva futbolística continúa, puede caer bien pronto. Y si no gana de inmediato, puede estar en la calle en cinco días.

El Zaragoza se mide el domingo a la Ponferradina, curiosamente el mismo equipo ante el que debutó en el banquillo del Zaragoza hace un año. Eran tiempos bien diferentes. Entonces proclamaba un fútbol bonito y una apuesta decidida por manejar el fútbol, sea cual fuere el rival. 42 partidos de Liga después, el serbio ya no habla casi de las bondades de su juego. Por ahí no tiene a qué agarrarse. En Alcorcón admitió las miserias del equipo, la justicia de la derrota, la incomparecencia de su equipo muchos minutos, incluso la discutible conducta de alguno de los suyos, sin nombres.

Hasta una semana antes, sin embargo, era capaz de asegurar sin despeinarse que su equipo era mucho más que aburrimiento. "Quien dice que nos falta fútbol no entiende mucho", afirmó hace justo siete días en estas páginas, alejado de los sentimientos de su afición. Dejó otra jugosa sentencia: "Somos de los pocos equipos que quieren jugar. No hay otro que juegue tanto en campo contrario". Este último aserto lo soltó poco después de caer ante el Valladolid, en un partido en el que fue incapaz de reconducir el desastre, entregado mucho antes del final. Ni una sola oportunidad generó pese a jugar ante su afición con el marcador en contra. Fue una reacción alarmante, por la impropia actitud de un equipo pensado para ascender, obligado en todo caso. La confirmación llegó siete días más tarde con otra bochornosa representación global.

Las excusas crecientes han ido marcando la temperatura del entrenador, que parece sentirse acorralado. No será el entorno quien lo liquide, en todo caso los resultados, que no están acordes a lo que se esperaba del equipo. Ya no caben los mismos pretextos de la pasada campaña ni se puede desleír el mensaje en un objetivo indefinido. El Zaragoza debe ascender, lo necesita, como bien han marcado sus rectores desde el primer día de la temporada 2015-16. Así que el tiempo de Popovic se agota. Esta vez no llegará una reconducción táctica interna que lo mejore. Ni ayuda ni imposición, solo lo salvarán los triunfos, y después el fútbol. Si no halla el camino del juego, todo es un espejismo.

La sensación interna, no obstante, es que Popovic no aguantará el tirón de la temporada. Está tocado, no le quedan vidas. Salvó una situación complicadísima después de sucumbir en dos encuentros consecutivos en La Romareda frente al Córdoba y el Osasuna. Salvó el matchball de Lugo de la única manera que podía hacerlo, con una increíble racha de resultados que condujo al equipo hasta la segunda plaza. Entonces, cuando parecía plácidamente instalado en un lugar mucho más natural para el club y su afición, cuando se pensaba incluso en el asalto a la primera plaza, el fútbol llegó para reclamar su cuota de protagonismo y el plan se diluyó con facilidad. Ahora lo ha dejado en el punto de mira, expuesto a una derrota cualquiera.