Justo hace un año a estas alturas, Víctor Muñoz se iba tras perder en Soria un partido en el que el Zaragoza deslumbró un cuarto de hora para luego caer con estruendo. Cometió entonces errores graves, como ayer este equipo tan alejado de la portería rival como de su dignidad y su historia. El bloque aquel no rendía según lo exigido, así que al aragonés lo estaban esperando para cobrarle hipérboles y errores, sobre todo los menos relacionados con el fútbol. De poco le valió haber soportado un verano yermo, en aquello que después se convertiría en excusa común para todos. Aquella decisión sonó precipitada. Más raro fue lo de después, cuando los representantes de media España ofrecían a técnicos de prestigio --se creía que el elegido iba a ser, como poco, un preparador reconocido--, y se encontraron con el fichaje de Popovic.

Era un técnico al que no conocía nadie en España, excepto los cuatro amigos que le quedaban en Almería. Vamos, no sabía de él ni Radomir Antic, que pasa por ser guardián y cicerone de todos los serbios futbolísticos que han aterrizado en este territorio en los últimos 40 años. "No sé absolutamente nada de Popovic", decía en esos días el exjugador y exentrenador del Zaragoza. "Me quedé muy sorprendido al conocer la noticia. Incluso llamé a mi hijo --metido en el mundo de la representación-- para saber si venía de la mano de alguien, pero no lo hemos averiguado". Un año después, el Zaragoza no ha explicado cómo, por qué, apostó por un desconocido en su plan de ruta hacia Primera. Se sabe, eso sí, que no era el preferido de Martín González.

La incertidumbre

Popovic no está a la altura de lo que se espera de un entrenador del Real Zaragoza. En nada se parece, desde luego, a Víctor Muñoz, zaragocista de cuna, de fuerte personalidad, impermeable a la presión externa, insobornable ante consejos o imposiciones de los jefes, robusto ante los caprichos de los jugadores. Al contrario, Popovic ha abrazado a bandazos las diferentes teorías aplicadas del fútbol para llevar al Zaragoza por un camino de incertidumbre y profunda inquietud deportiva que agrava de cuando en cuando con sus disparatadas declaraciones, impropias de este club, como su fútbol.

Ahora, además de aburrir, preocupa. Ya está más cerca del descenso que de la primera plaza, objetivo ineludible en esta abominable categoría. Las sensaciones son peores. Los jugadores no pueden, o no saben, o no quieren. Dicen que queda mucho, que la Segunda es muy larga... Esa colección de tópicos sirven para no admitir realidades, como que en noviembre también se pierden ascensos. Un año después el Zaragoza sigue en suspenso, sin trazar un plan fiable.

El equipo ha descubierto, tras la primera reconvención técnica en los despachos, que puede defender mucho mejor que la pasada campaña. Bonita averiguación. El caso es que la reprensión dio frutos y así enlazó una buena racha que le debería haber llevado hacia la luz. Lo ha cegado. A su técnico sin ir más lejos, que hace cuatro días decía en estas páginas: "Quien dice que nos falta fútbol no entiende mucho". La frase es una bomba, además de un despropósito. Es una barbaridad, inaceptable para cualquier zaragocista de bien. Si el Zaragoza juega mal, se dice. Si lo hace fatal, como ahora, también. Sostenerse sobre argumentos inciertos o eufemismos solo puede conducir al fracaso. Pero Popovic, lejos de mirar por el futuro del club, se pierde en batallas propias, con una mirada individual que en absoluto ayuda al equipo. Los números también son malos. Lleva 42 partidos de Liga con el Zaragoza y solo ha ganado 15. Insuficiente. O lo que es lo mismo: suspenso.