Entre excusas y eufemismos camina el Zaragoza desbordado hacia el crepúsculo, sin hallar una voz capaz de poner cordura y sinceridad a su indiscutible crisis. Es incontestable la depresión, se pongan algunos como se pongan. La cuentan las sensaciones malas, los números peores, el fútbol horrible. Lo resume un dato: una sola victoria en nueve partidos. Lo sintentizan, además, los últimos 25 minutos de ayer, en los que se verificaron uno a uno los defectos de un equipo que ni tiene alma ni dirección. Esa impotencia de corazón y cabeza desvela el carisma y la falta de reflejos del equipo dentro, de su entrenador fuera.

Desde las alturas, Popovic no reaccionó para mostrar otra manera de atacar a un rival pese a tener un hombre más sobre el campo durante casi media hora. Cuando tenía que ser superior, el Zaragoza fue inferior. Fue peor, bastante peor, que el Sporting. Aún tuvo que dar gracias por el punto. Por que más allá del cambio de Willian José, preparado antes de la expulsión de Menéndez, todo lo que se le ocurrió al entrenador fue introducir a Tato a tres minutos del final para mandar a descansar a Jaime, a cuya genialidad estaba ya agarrado el espíritu de La Romareda. En fin, ni una sola línea o posición se potenció para demostrar la superioridad. No hubo cambio en la lectura táctica y el Zaragoza se fue derrumbando hacia el ocaso entre su ineptitud y su debilidad.

Pocas novedades dejó el partido. Si acaso la constatación de que el equipo está hecho unos zorros, de que su entrenador no consigue poner el rumbo adecuado. La gente lleva tres jornadas consecutivas pitando al Zaragoza en casa. Por ahí no hay muchas explicaciones que dar, aunque se les reproche. Ayer no hubo coro organizado que valga, ni un grupo determinado al que echar la culpa. Conforme se agotaba el tiempo y se intuía el fracaso, el puntual, la grada se fue desazonando y el asunto acabó entre pitos y bramidos, con alguno que otro desaforado, harto ya de los circunloquios que rodean al equipo desde que se proscribió a Víctor Muñoz y se eligió al desconocido Popovic como entrenador.

El serbio vino a Zaragoza, se entiende, para devolver al equipo el fútbol que le negaba el anterior técnico. Se habló de gusto y hasta de hermosura en el camino hacia el ascenso, objetivo que por entonces nadie ponía en duda. Nadie. Cinco meses después no hay patrón de juego ni manera nueva de justificar la deriva de un equipo que tiene poca defensa. Terminados los pretextos repetidos, los de las sanciones, las lesiones, los árbitros... no hay con qué disimular. El equipo va a terminar por agarrarse a la incapacidad de sus rivales. Lleva semanas haciéndolo, de hecho.

Se debe admitir que no pareció mala idea el 4-1-4-1 inicial, que hizo al Zaragoza más robusto en el primer tiempo. Es una idea, al menos, sobre la que se puede trabajar. El entrenador renunció pronto a ella, no obstante. Luego dijo que al equipo le falta carácter y que esperaba otra cosa de los cambios, Lolo y Willian. Menos mal que los había hecho él.