Se tiende a ser más transigente en los comienzos de las temporadas por aquello de que los equipos están todavía en rodaje, sobre todo porque hay tiempo para ajustar piezas, para pensar, probar y encontrar las fórmulas adecuadas a cada objetivo, que en el caso del Real Zaragoza es indiscutiblemente el ascenso. Por ahí, en lo que se refiere exclusivamente a los futbolistas, la lectura del partido de ayer ofrece las luces y sombras propias del momento de la competición. Lo representó Pedro, por ejemplo, que se bloqueó en trámites finales sencillos, los de la sentencia, que le reprochó, por cierto, su entrenador en la rueda de prensa. Antes, todo sea dicho, hizo lo mejor para que el Zaragoza ganase el encuentro. Al otro lado anduvo plomizo Hinestroza, que aguantó solo un rato con Bertrán desdoblándolo. O el polaco Wilk, muy correcto hasta que el partido se puso feo. También Bono acabó en gris después de ofrecer alguna parada de fulgor entre acciones oscuras. Incluso los centrales, mirados siempre con lupa, anduvieron bien hasta que Popovic les incrustó a Dorca en medio y la tierra se abrió.

Se diría que el final que se intuía lo cambió Popovic, bien señalado la temporada pasada por su impericia a la hora de activar el banquillo. No ha mudado en verano, visto lo visto ayer. Pensó desde la banda que podía aniquilar el partido con un movimiento de piezas que resultó nefasto. Primero había dado entrada a Jaime por el lastimado Hinestroza. Después movió a Ortuño para sacar a Ángel. Ya pareció entonces que el sustituido debía ser un despistado Hasegawa, pero el serbio se mantuvo firme en el envite con el japonés. Cuando en los minutos finales decidió retrasar a Dorca y situar al nipón junto a Wilk, el Zaragoza se rompió. Y el partido que podía haber ganado, que debía, que merecía, se convirtió en un empate menor y agradecido. Sí, pudo perder.

No se comprendieron los cambios de Popovic. Ni el de sistema cuando retrasó a Dorca, ni los individuales. Tampoco las sustituciones que no hizo. Con el equipo en medio del naufragio durante 20 minutos, reconocido por los futbolistas después del partido, se guardó un cambio incomprensiblemente. Suponía, obviamente, la entrada de un mediocentro de verdad por Aria. No fue así. Extraño. Se supone que será un asunto puntual, que no tendrá que ver con el interés único en que juegue un futbolista que ha sido una apuesta exclusiva del técnico. No se entiende que se haga una plantilla larga, que se explique y se repita que fue el gran problema del último año, para luego guardarse hombres de refresco. Y debe doler regalar puntos así. En estadios como Anduva, sin duda, es donde el Zaragoza hallará el camino del ascenso.