Al Real Zaragoza le gana cualquiera menos el Llagostera. Hoy lo hizo el Almería un equipo que en las 19 jornadas anteriores tan solo había sumado un triunfo, un rival deprimido y en posición de descenso que se dio una gran alegría frente a un rival de melancólica sombra competitiva. El aterrizaje de Lluis Carreras está siendo muy accidentado porque el equipo no solo no vence, sino que ha restado juego y presencia a su ya de por sí escasos argumentos futbolísticos. El técnico no contagia nada, ni ánimo, ni orden ni novedades estratégicas y tácticas. Nunca se supo en todo el encuentro cuál era la intención del conjunto aragonés, a quien el entrenador cambio el rostro pero no el alma.

Lo hizo con una revolución obligada por las ausencias y por una indudable mala interpretación de las circunstancias. Se comprendió el cambo en la portería para elevar la seguridad aérea que ha perdido Bono, pero no así la ausencia de Diamanka ni ese pudor cada vez más incomprensible de dar a Dorca lo que le corresponde a Sergio Gil. Otra vez sin luz, de nuevo con un centro del campo vacío donde Tarsi trabajó bien en ausencia de Morán, aunque superado por una medular encorsetada, plana y sin aportación alguna de los hombres de fuera, los impasibles Dongou y Pedro. Por no hablar de Hinestroza, tan fino que es invisible. Con el 2-0, Carreras tiró de Diamanka y Sergio Gil. Tarde y mal en una recta final en la que Ángel acortó distancias en el marcador a centro de Rico.

El técnico no suele justificarse, sin embargo hay algo en su discurso que entristece bien sea porque es realista o porque no sabe manejar la realidad. Hoy, es cierto, faltaban nombres importantes, pero esa canción suena rayada y más cuando enfrente estaba un Almería atacado de los nervios que marcó dos tantos gracias a Chuli como premio a su ambición. El encuentro fue un duelo de pesos pesados en declive. Llamados para el ascenso, ambos intercambiaron golpes al aire por las esquinas, tambaleándose en sus miedos, en sus terribles dudas. Dieron ganas de tirar la tolla por falta de combatividad en una primera parte con una lluvia de cornes y una sola ocasión, la de Pedro sobre la campana, a quien Casto adivinó su cercano disparo. Podrían haber volado las sillas sobre el cuadrilátero como señal de protesta a un partido insultante para el espectador menos exigente.

El Almería puso una velocidad más, la de Quique, y añadió la picardía de Chuli. Suficiente para desarmar todo el engranaje defensivo del Real Zaragoza, sujetado casi en exclusiva por la omnipresencia de Vallejo y la firmeza de Manu Herrera por arriba. Dos balones filtrados a las espaldas primero de un Mario fuera de catálogo y de un Campins sin acoplar acabaron en los pies de Chuli, que recuperó la puntería después de una larga sequía anotadora. Diamanka y Gil salieron al campo para darle más cuajo al Zaragoza, si bien ya con un Almería muy replegado, regalando al iniciativa y, pese a su abismal ventaja, angustiado.

¿Qué es el Real Zaragoza ahora mismo? Nada. Y lo saben los jugadores, los nuevos y los que estaban antes, quienes ni entienden el mensaje taciturno de su entrenador ni ponen excesivo interés en resolver el asunto por amor propio. La ausencia de liderazgos en todos los estamentos del club está arrastrando al equipo a un terrorífico corto plazo que amenaza con un futuro de grandes incertidumbres e inquietudes. El ascenso se contempla dentro del marco de la utopía después de ver lo de esta mañana, a un Real Zaragoza que está cambiando a peor a marchas forzadas pese a sus refuerzos invernales. En una categoría que exige segadoras de diente de perro en el espíritu, deshoja margaritas.