Alberto Zapater fue reclamado al final del partido por el periodista. Frente al micrófono y las cámaras se desmoronó. Apenas pudo articular palabra, engarzar una explicación ni mucho menos analizar el encuentro contra el Tenerife. Las palabras se le clavaron como puñal en la amargura, en la certeza que nada podía ni debía decirse. "Algo positivo siempre se puede sacar", le ayudo el locutor. Tampoco. Su desorientación era absoluta. El capitán, en ese instante, parecía el mariscal sobre la colina de laderas ensangrentadas, observando los cadáveres derrotados de su ejército en otra batalla desigual. Puede que la última. Raúl Agné, también reclamado por la prensa, mantuvo el tipo pero perdió el norte azotado por el inmisericorde viento de la realidad.

Señalados hasta la saciedad los jugadores y los entrenadores como culpables de que este Real Zaragoza no dé la altura ni la anchura, lo que es una verdad como un templo y una crítica objetiva, los protagonistas del juego empiezan a perder peso para la acusación. Están siempre en el lugar de los hechos y el arma lleva sus huellas, pero en el marco de su responsabilidad hay otras pruebas que indican que no estaban solos la noche de autos. Ellos eligieron su destino, si bien al fondo del tribunal se sientan tras una gruesa sombra de impunidad quienes perpetraron un equipo de fútbol criminal.

Ya es hora que salgan a declarar todos ellos. Que abandonen el segundo plano y se expongan a la afición, que es la que merece saber qué es lo que está ocurriendo, si en realidad pertenecen al alto estado mayor o son sólo marionetas de un proyecto fantasma. Los propietarios de la mitad de nada, el presidente de mármol, el director general y su colección de chaquetas, el director deportivo de la melancolía... Los auténticos gestores de este fracaso monumental. Si no lo hacen, sería interesante que la prensa les reclamara en exclusiva al término de cada encuentro para que ofrezcan su visión técnica y táctica de lo ocurrido. Seguro que no se quedarían mudos de vergüenza propia y ajena como Zapater. Porque nunca van a dar la cara.