A lo largo de la historia ha habido grandes entrenadores que no han logrado un título y pequeños entrenadores en constante cópula con la gloria sin bajarse siquiera los pantalones. En muchas ocasiones de un punto cardinal al otro, del fracaso anónimo al éxito sonoro, la distancia la han establecido los lugares donde han trabajado y no tanto sus conocimientos, su cualificación. El trabajo de entrenador en la mayoría de sus funciones está sobrevalorado, como bien recordó Raúl Agné en su presentación para, de inmediato, acentuar una verdad como un templo que en los últimos tiempos apenas comulga con las tendencias: el destino de un equipo pertenece a los futbolistas.

Es cierto, y en el Real Zaragoza hay varios ejemplos muy recientes, de que un técnico puede empeorar un producto ya de por sí en muy mal estado. La directiva, o lo que sea, ha justificado la constante erosión deportiva bajo la perpetua excusa de las limitaciones económicas. Que Sevilla Atlético, Reus y Cádiz, procedentes de Segunda B y sin tesoros para cubrir sus presupuestos estén ahora mismo en puestos de promoción de ascenso habiendo perdido con dos y empatado en casa con uno, apunta más bien a una penosa gestión de los recursos y al desconocimiento de la materia que se necesita para competir en esta categoría de tres al cuarto.

Raúl Agné ha hecho cosas buenas y otras no tanto desde que tomara el relevo de Luis Milla. Lo mejor, sin duda, el mensaje que intentó inculcar en una plantilla incrédula de sí misma, a la que presentó con sinceridad y no demasiada información como un grupo muy capaz al que había que elevar la autoestima y aplicar algún que otro retoque terrenal. Los puso a correr a todos y vencieron en dos partidos. En cuanto se le cayó un titular, Marcelo Silva, y los chicos volvieron a su habitual apagón de intensidades, el entrenador redescubrió su teoría de que sin ti no soy nada, tema que alcanzó su máxima popularidad en el Ramón de Carranza.

La visita del Real Oviedo, con la buena noticia del regreso de Silva, se contempla desde el vestuario como una gran oportunidad para mirar de nuevo hacia arriba. Por la cabeza del entrenador pasarán otras cuestiones menos insustanciales e incluso insultantes para como está en el horno. ¿Cómo jugarle a los asturianos? ¿Qué alineación sacar? ¿Que táctica utilizar?... Pero es más que probable que sobre todas, una ocupe la cima de sus numerosas interrogantes: ¿volverán a soltar el volante en la primera curva? Su preocupación sería lógica porque un entrenador viaja siempre de copiloto, en este caso como observador e inevitable colaborador de sucesivos accidentes.

Al Real Zaragoza, en este partido y en próximos compromisos antes de la inevitable visita al mercado del automóvil de invierno, ya no se le pide que haga rugir su motor de tercera mano, sino que imponga un comportamiento mínimamente profesional en el esfuerzo que les exige Raúl Agné. Es decir que todos sus futbolistas lo sean de principio a fin pese a que sus dirigentes desprendan una inconfundible y barata esencia amateur. Y que lo manifiesten al margen del resultado, por respeto a una afición que paga eternamente con el corazón y puntualmente con el bolsillo.