Se alteró el viernes Ranko Popovic en la sala de prensa cuando le recordaron la insoportable languidez del equipo en las últimas jornadas. "No sé por qué se está diciendo que el equipo está muerto, yo lo veo muy vivo", largó el serbio sin pensar. Y sin razón. Quizá no esté muerto y enterrado, desde luego es un moribundo como demostró los últimos 40 minutos. Camina renqueante, mermado de fuerzas, sin alma ni fe. Anda a la espera de que alguien le altere el orden y ánimo, le devuelva al camino del fútbol, o de la victoria. Necesita otro discurso, desde luego una idea distinta a la que propone Popovic, definitivamente desnortado. Llegó prometiendo jogo bonito y eso no se puede olvidar, disimule lo que disimule. Tras pasar por diversos estados de desorientación, ayer jugó con cuatro centrales y tres mediocentros de cierre. Construyó una alineación ultradefensiva, sí. No evitó el bochorno, no.

En otros tiempos, cualquiera se sonrojaría al comprobar que el Zaragoza ha llegado a las últimas diez jornadas sin saber a qué juega. No tiene un patrón, no ha hallado un sistema, da los mismos bandazos que su técnico, no tiene convicción. Ni ayer, ni el día anterior, ni el otro, ni el de más allá. Hace dos meses y medio que el equipo no carbura, concretamente desde que le ganó al Barça B. Desde entonces, pocas verdades y muchos pretextos. El entrenador, normalmente, ha venido echando la culpa a los jugadores y su pusilánime carácter.

Los números de Popovic son pésimos, indefendibles. Con decir que ha sumado un triunfo en diez partidos debería bastar, aunque el técnico se haya ido escondiendo tras excusas de mayor o menor fuste: las bajas, los arbitros y tal. Al final, el fútbol le ha puesto en su sitio. Falta de autocrítica, le dicen. También de exigencia, de sinceridad, de reacción. El Zaragoza necesita un cambio radical, una reactivación de energía y verdad si quiere seguir aspirando a cumplir con su obligación de jugar los playoffs.

Se trataría de que este equipo mortecino de Popovic pueda demostrar que es mejor que la Ponferradina, el Leganés, el Llagostera... No parecería una gran demanda, aparentemente lo es. Tristemente, esos son los rivales de este Zaragoza. En otro tiempo cualquiera del último medio siglo, no habría habido lugar para el debate. Hoy en día, al parecer, hace falta explicar cuál es la responsabilidad de este equipo que ha perdido la cabeza.

Se necesita reenganchar a la grada, que anda de uñas y bien cerca de coincidir en una explosión sonada. Urge recuperar a los futbolistas, a los que juegan pero ya no creen; a otros que fueron intocables y ahora son poco menos que residuos, como Galarreta y Willian, probablemente los dos jugadores con más talento del equipo y que se han quedado en nada con Popovic.

Han llegado los buenos campos y el sol de primavera que con tanta alegría ventiló Popovic cuando le plantearon las dificultades del calendario. Los resultados, visto está, no se salen de la línea: el Zaragoza, que no sabía ganar ante los peores, es consecuentemente goleado por los mejores. Cosas del conformismo de este equipo moribundo y de su confundido entrenador.