Al Real Zaragoza le quedan de siete a ocho puntos para confirmar su permanencia en Segunda. No son demasiados a falta de 24 en juego y con Víctor Muñoz en el banquillo, quien ya se encargará de arrancárselos del pecho a la plantilla si alguien baja los brazos en la recta final del campeonato. Lo que no puede hacer el técnico es luchar contra factores que se escapan a su control y que intenta disimular con irregular fortuna para acortar el periodo de sufrimiento esta temporada. El entrenador ha conseguido subir el tono de competitividad de un grupo que por amnesia y falta de cualificación general mantiene un divorcio constante con el balón y, por lo tanto, con el fútbol. No obstante, la seguridad defensiva como concepto global no ha mejorado en un equipo desnutrido ya de por sí en este aspecto. Se conceden menos ocasiones pero el coladero tiene la misma dimensión, por lo que el suspense del resultado queda a expensas del provecho que saque el rival de esa flaqueza.

En una comunidad cuyo edificio es el paraíso de las termitas, dar nombres propios de culpabilidad directa quizás no resulte muy justo. Aun así, Laguardia y Rico se han ganado a pulso un desastroso protagonismo individual no solo por sus errores en Los Pajaritos, sino por la inquietud que transmite habitualmente sus vacilaciones, titubeos y decisiones de compleja comprensión. El central, que apuntaba a cierta excelencia en su etapa sub 20 (oro en los Juegos del Mediterráneo y mundialista en Egipto en 2009) se ha asilvestrado en un bosque de dudas. Desde que en 2010 se rompió el ligamento cruzado anterior , el zaragozano no ha vuelto a ser el mismo. En sus cesiones a Las Palmas y el Alcorcón dio un nivel más que correcto, pero de regreso a casa ha embrutecido su fútbol, resumiéndolo al pelotazo y al físico como mandamiento exclusivo. Una pérdida irreparable y triste la suya, porque Laguardia es de los que todavía creen en la camiseta y el escudo, dos iconos que, por cierto, le pesan en no pocas ocasiones.

El problema de Rico es distinto. Se ganó el puesto porque a Abraham cogió el dengue y no parece que se vaya a recuperar. Sus méritos no son muchos más. Un zurda como un martillo y un par de goles y asistencias distinguen en lo positivo a este lateral que ha alegrado la tarde a todos los extremos que se han emparejado con él. Un buen ramillete de goles han llegado por su finca, desprotegida por ser propiedad de un jugador sin altura para Segunda. Su espalda recibe más visitas que Graceland, la mansión de Elvis.

Tampoco es que estén muy arropados. Los otros chicos del montón no tienen entre sus prioridades echar una mano con asiduidad. Álvaro el primero por proximidad. Figurín en el corte fácil, la dificultad le desborda. Que Arzo haya pasado a tapón desviste un santo para vestir regular a otro, y la irrelevante mezcla Cidoncha-Barkero anula cualquier colaboración. Víctor y Montañés son remolones en el regreso y Luis García no regala un esfuerzo hacia abajo. Hay que defender como sea 7 u 8 puntos. A ser posible mejor y, por qué no, con algún cambio en este flan tan amargo.