El caso es que Narcís Juliá optó por reunir a gente de la casa y otros veteranos para sobrellevar el peso de la temible Romareda. O lo que se creía que es. O lo que era, lo que fue. Su decisión, una de las primeras tras el bochorno de Palamós, encontró el beneplácito unánime, incluso el aplauso. Se entendió que el equipo reuniría el suficiente temperamento como para hacer frente a situaciones límite, habituales en entornos exigentes como el zaragocista, donde la obligación es siempre la victoria. Se diría que sí, que acertó. Pero el trabajo, quizá el mensaje, se quedó a medias, con un Zaragoza abundante en casa y mísero fuera.

¿Por qué? Quizá porque el coliseo aragonés ya no es aquella tribuna inflamable de décadas anteriores. También porque es precisamente de su gente de donde saca el equipo su fuerza, su energía. Aun sin un gran fútbol, el conjunto de Milla mantiene un porcentaje de efectividad altísimo en casa, con 10 puntos sumados de los 12 que se han puesto en juego. Los han logrado en gran parte gracias a su hinchada, al menos eso repiten los protagonistas, Milla en primer lugar. El técnico no deja pasar una ocasión para poner en valor a su gente. Les pide simplemente que sigan como hasta ahora, que se mantenga esa unión con los futbolistas que ha convertido a La Romareda en un estadio temible. “Los contrarios lo notan”, aseguran.

Falta el fútbol, claro. Por ahí es por donde se escapa la razón del proyecto. Con un frente de ataque demoledor (Ángel, Muñoz, Cani, Lanzarote, Xumetra), se entendió que el trabajo del entrenador sería más sencillo. Se trataba de acoplar las otras piezas, de ordenar el juego y algunas cabezas, de transmitir pasión y esperar resultados.

El desgobierno

No han llegado los números en el orden que se imaginó. Al contrario, el equipo ha sido dominado comúnmente por el desgobierno fuera de casa, donde ha reunido extravagancia y pusilanimidad. Al cabo, no es un equipo ni siquiera aparente. Cualquiera puede desarmarlo. Cualquiera. En Sevilla, bien se sabe, unos imberbes con más ganas y criterio.

Por ahí es por donde no ha calado Milla. No lo ha hecho entre el público por razones varias y evidentes. Algunas veces por sus cambios, otras por su inacción. Al fondo, la sustancia es que el equipo no contagia, no sabe explicarse con el balón. Por eso la gente no lo entiende. Por eso no ha ganado los últimos cuatro partidos, desperdiciadas dos victorias parciales. Ahora se ha hablado de meter la pierna, de raza, de jugar feo... Lo han dicho ellos, conscientes de que el asunto no funciona. Solo Cani puntualizó: “Es la mezcla entre jugar feo en un momento dado y tirarla a la grada y hacer un pase bueno porque están desordenados y meter el segundo. Si solo juegas feo y eso hace que te metas atrás, al final no juegas”.

En eso está Milla, en el equilibrio, palabra referente de su diccionario. No ha variado apenas el sistema. Han sido más bien los nombres los que le han alterado el fútbol. Lo explica así él, con razones. Son las diferentes capacidades de sus jugadores las que cambian fondo y formas. El asunto no mejora. Ni siquiera con los dos delanteros juntos, como se le demandó, ni con el 4-4-2. Quizá hoy ponga toda la dinamita para afrontar a un Elche de similar esencia. Ataca bien, defiende torpe. La diferencia es el manejo en la medular, donde es más capaz de gobernar los partidos. Sería un gran primer paso, desde luego