El Real Zaragoza ha dado portazo a la pretemporada con un partido digno, empatando contra un rival de superior categoría y discutiéndole el resultado. Al final perdió el trofeo en los penaltis, lo que no inducirá a tentación suicida alguna. Era mejor ganarlo por llevar el nombre que lleva, el de Carlos Lapetra, pero el Levante tuvo más puntería. Lo importante era descubrir al equipo de Imanol Idiakez a una semana de acudir al frente, comprobar hacia dónde va y con qué armas. Cuál es su realidad actual, muy condicionada en el centro del campo por ausencias tan importantes como las de Eguaras, Zapater y Guti, sombra que el entrenador intenta iluminar con Verdasca sin que el portugués aporte luz alguna. Insistió una vez más con el central de mediocentro, apuesta que a estas alturas se prevé que mantendrá en el arranque de la Liga contra el Rayo Majadahonda.

El fútbol se hace lento y pesado con Verdasca en esa posición que le altera, le perturba e inquieta al personal por su pie no muy preciso en los pases bajo presión. Hay una gruesa vía de agua en la línea de flotación, disimulada por un trabajo defensivo de especialistas y colaboradores de otras líneas --Ros y James, por ejemplo-- para que la mancha sea lo menos visible. El problema no es para pasarlo por alto. Incluso, según evolucionen los lesionados, para plantearse algo en el mercado pese a que la dirección deportiva dé por cerrada la plantilla con otro punta. En ese caso, Torras podría ser una alternativa más que firme. Y mucho más natural.

El encuentro tuvo a Marc Gual en el punto de mira. Recién adquirido y con un solo entrenamiento, saltó en el once. Su presencia en la alineación gustó, tanto como la de Clemente y Soro, dos descarados de la cantera con un futuro por delante. El Real Zaragoza tuvo cuajo para no dejarse impresionar por el gol de Rochina. Pasó malos ratos y los nervios de su juventud afloraron en momentos de dudas. No obstante, esa misma inocencia le propulsó a un intercambio de golpes interesante que llevó al Levante contra las cuerdas. Soro, mágico y decreciente con los minutos, y un Pombo arrollador lideraron a un grupo con clase superada la media cancha y bien ajustado atrás. El tanto de Pombo en una jugada de libro fue sencillamente maravilloso, y quizás defina en algún sentido a este Real Zaragoza a las puertas de la verdad: carece de la contundencia de un martillo pero dispone de la fuerza de los poetas. ¿Puede ser suficiente? Depende para qué.

Estamos frente a un rosario de promesas, de jugadores con destellos elegantes y abnegada disposición para el trabajo. Aún hay que destapar si la conjunción de todos ellos, más la suma de los que irán llegando de la enfermería, servirá para formar un bloque con el grado de oficio que exigen los grandes retos o si es ésta una experiencia para la formación paciente e incluso entretenida de futbolistas de la casa en grandes profesionales que poner en el escaparate. A punto de levantarse el telón, lo que hay detrás es, por el momento, una atractiva incógnita.