Para quien ha visto al Real Zaragoza jugar al fútbol, partidos como el del Carlos Tartiere le llevan inevitablemente a anidar junto a las oscuras golondrinas de Bécquer para hallar una terrible respuesta. Un lamento de improbable retorno a la belleza. No hay nada poético en este equipo. Ni siquiera la espectacular actuación de Álvaro Ratón frente a un Oviedo mundano y un árbitro rompetechos que le expulsó por pérdida de tiempo, una decisión incomprensible y ridícula que puso en peligro el empate del equipo de Láinez. Tanto como esos regates que José Enrique rescata de su mejores tiempos pasados para atentar contra toda seguridad defensiva, quiebros hidráulicos sobre el alambre de la suficiencia.

Esta división es sencillamente infame de los pies a la cabeza, y en esta categoría lucha el Real Zaragoza por sobrevivir, por llevarse un punto a la boca como sea. Sí, es cierto que hay que salvar el barco, pero ¿qué barco, una nave fantasma que se hace antipática en sus continuos naufragios provocados o accidentales. Solo reconocible por el escudo que exhibe en su maltrecha proa, pilotado por manos inexpertas si no arrogantes?

Ser comprensivo con este bochornoso viaje por ninguna parte y hacia ningún lugar es un ejercicio entroncado con la fidelidad incondicional, pero inseparable del miedo íntimo que sufre cada aficionado y de la política del terror inyectada en la atmósfera por los actuales propietarios. Con nosotros o sin nadie es el mensaje amasado en los silencios, en la información manipulada en el horno de oscuros intereses. Un valioso empate en el Carlos Tartiere. ¿Para quién? El Real Zaragoza se salvará para seguir condenado, paradoja innegociable porque es fundamental priorizar el latido de la institución aunque su corazón esté monitorizado.

Las comparaciones son odiosas y no se puede vivir del pasado son los argumentos más expuestos para amortiguar este presente impresentable; también para correr un tupido velo. Precisamente en el reverso de esas frases contrahechas se localiza la auténtica cara de la moneda: la comparación y el pasado glorioso o natural, el retorno a ese paraíso perdido, no como piezas principales de la crítica, sino de la exigencia, de la responsabilidad de sus vigentes responsables.

Partidos como el de anoche ni enorgullecen ni se justifican por el marcador. Aceptarlos como mal menor tampoco dignifica. Para recuperar a aquellas golondrinas que aprendieron los nombres de un gran equipo, hay que reconocer y denunciar los versos oscuros de los pájaros que anidan en este balcón que asoma al precipicio de los valores más esenciales.