La afición del Real Zaragoza se examina este sábado. Ha sacado notas sobresalientes con el equipo de por medio en finales y en situaciones de riesgo deportivo. En las temporadas de tránsito hacia ninguna parte, la hinchada, sin embago, se ha descrito a sí misma en no pocas ocasiones de fría y distante sin percatarse de que en la mayoría de los clubs españoles, el fútbol en directo se vive con distante teatralidad y mucha crítica ácida hacia los suyos. Ha sido algo cruel con su memoria porque, si respasa su conducta, es popular por su elegancia y saber estar entre gran parte de las aficiones de este país.

El zaragocismo de verdad, el auténtico sin colorantes ni conservantes, se enfrenta esta vez a una reválida inédita. Le puso alas al león en Copas del Rey y en trofeos continentales; en la promoción contra el Murcia; en viajes por raíl, asfalto y negras nubes para luchar por la permanencia en Logroño,Vitoria o Mallorca y, no hace tanto, por el ascenso en Valencia... Aun perdiendo, su fidelidad sincera siempre salió victoriosa. Eran momentos y fechas señalados en el calendario de la gloria o de la angustia, de obligado y huracanado aliento hacia un equipo que reclamaba corazón y lo recibía de manos de miles de almas.

El sábado no. El sábado es una estación de la historia de la institución que ha brotado como una enfermedad de apariencia incurable en un terreno de juego sucio, ajeno a seguidores, abonados, socios o simpatizantes. Nadie se reconoce ni debe hacerlo como familiar de esta situación bastarda. Pese a que a los argumentos de la manifestación organizada no logren disuadir a Agapito Iglesias para que se vaya ni a la justicia para que desplace un poco de sus ojos la venda de su no siempre bien articulada objetividad, la afición y la ciudad de sensibilidad deportiva están ante el partido de su vida, el que se disputa minutos antes de entrar en La Romareda contra el Getafe.

En esa concentración deben reunirse las generaciones de la Copa de Ferias y los Magníficos, de los Zaraguayos y el subcampeonato de Liga, de los goles de Rubén Sosa, Nayim y Galletti. También han de acudir los que lloraron por descensos y ascensos en kilométricos desplazamientos por las carreteras de un sentimiento único y aglutinador de ilusiones. Y, cómo no, todos los protagonistas de las hazañas en la medida que les sea posible, incluidos los que las narraron, los medios de comunicación.

Ocurra lo que ocurra en un futuro con esencia a descenso y liquidación, Salvemos el Real Zaragoza es la mayor y más noble empresa a la que se enfrenta la afición y la ciudadanía liberada de comparaciones demagógicas. No se pide dinero, tan solo, nada más y nada menos, que solidaridad y presencia física para reclamar un cambio de gestión, para que la explosión de indignación pero sobre todo de la esperanza sean escuchados. El zaragocismo puede alcanzar este sábado su mayor grado de pureza fuera del estadio, en el campo de batalla que le reclama con su tradicional arma: la elegancia.