Algo ha aprendido Natxo González del Real Zaragoza y su esencia a lo largo de esta pretemporada de sombras, dudas y turbadoras certezas. En esta plaza, bien se sabe, hay que tener temple para aguantar el tirón. No basta con pedir serenidad y tiempo si el equipo no centellea, sobre todo si no va creciendo en personalidad o fútbol, ni resultados. «No voy a estar aquí todos los días pidiendo paciencia. La gente quiere hechos y que su equipo gane», dijo el entrenador para zanjar una pretemporada en la que su Zaragoza solo ha ganado un partido. Uno.

Cuando habló el sábado por la noche acababa de perder contra el Eibar, que a ratos lo abrumó en los registros varios del fútbol. Presionó mejor la salida y la pérdida, controló el juego y el balón, le hizo daño en el contraataque e incluso físicamente se mostró muy superior. Todo es así hoy en día, no hay duda. Lo dice la categoría de un bloque que espera sostenerse un año más en la zona media de la tabla de Primera y el contraste que ofrece con este Zaragoza de presente insoportablemente reconocible, que no sabe lo que es ni dónde estará. Su prestigio y el orgullo propio, al menos el de su afición, le obligan a pensar en el ascenso. Las sensaciones de la pretemporada bien dicen otras cosas, con cuatro derrotas y un empate en seis partidos, con nueve goles en contra y solo cinco a favor pese a haberse enfrentado a tres enemigos de Segunda B; con dos o tres fichajes, y de los buenos, por hacer.

Ganó a un equipo de Primera, un Levante menguado, en la mejor representación estival. Esa tarde se vio el Zaragoza que deberá ser pronto si quiere subirse a la reputación de su escudo. Fue un equipo junto, concentrado, sin errores defensivos, bien manejado por Eguaras en el centro y chisporroteando en ataque con Pombo y Febas. No fue imponente, pero tuvo cierto aire pétreo, sin conceder al rival ni una sola oportunidad con el balón en juego. Fue algo diferente la historia a balón parado, pero la lectura global dio para imaginarse el mejor futuro.

Solo duró una tarde esa sensación. La verdad venía asomando desde los tres bolos anteriores. En Logroño empató (1-1); en Miranda perdió (1-0); ante el Villarreal B fue encogido por la muchachada amarilla (3-1). Aquella noche confesó González sentirse preocupado por la respuesta del equipo y el rendimiento de algunos futbolistas. «Falta de concentración», arguyó. Pareció algo más. Cuando tres días después su equipo reaccionó, se creyó que las alarmas encendidas por el técnico habían hecho reaccionar a la plantilla. No fue así. Cayó en Tarragona frente al Nástic cuatro días más tarde en otra verbena defensiva que retrató a centrales, laterales y algún que otro mediocentro. Ante el Eibar cerró el estío de secano. Quiso que no entrara tanta agua como en el Nou Estadi y refugió a su equipo cerca de Ratón. El resultado fue funesto. El Zaragoza no solo recibió ocasiones y goles, no solo dejó otro repertorio de dislates, no solo se dispuso en su estadio como un equipo pequeño... No solo eso, sino que se alejó tanto del arco rival que no llegó a chutar a puerta ni una sola vez.

Ha ido preocupando tanto el asunto de la defensa que a González le ha pasado como a alguno de sus predecesores. Le ha asustado de tal manera la fragilidad de su equipo que pensó que podría hallar otras vías para ganar. Hubo un rato que supo encontrar al bullidor Febas, pero se llevó dos golpes directos a la mandibula. Con la guardia medio baja recibió dos directos. Combate acabado media hora antes de sonar el gong.

Fue el resumen de la pretemporada, que ha dejado sombras en los resultados y el fútbol; dudas sobre hasta dónde será capaz de llegar el trabajo y la persuasión de su entrenador; tremendas certezas como la necesidad, casi obligación, de contratar a un delantero de relumbrón, o de encontrar un central de nivel antes de que se cierre el mercado. Solo Grippo ha sido fiable, y solo a medias. Valentín no ha vuelto al fútbol y Verdasca le quita el hipo a cualquiera. Con Zalaya, visto lo visto, se supone que no cuenta. Los laterales, que se pensaron indudables de entrada, no lo son hoy tanto. Benito ha sido poco en ataque y menos en defensa a la derecha; al otro lado, Ángel fue mejor, más serio, antes de aquel calentamiento en Pinilla que le ordenó parar.

Las mejores noticias han llegado en el centro del campo, donde Eguaras ha aflorado como un centrocampista notable. Maneja el fútbol con buen posicionamiento, entiende y dispone bien la salida de balón y equilibra con criterio. Le ha birlado el sitio a Zapater, aunque está por saber si será el capitán o Javi Ros quien se queda fuera. Eguaras, titular ante los enemigos más poderosos del verano, los tres últimos, se ha ganado el sitio. Ha sido el futbolista más atractivo de la pretemporada, acompañado a ratos por Aleix Febas. El jugador cedido por el Real Madrid tiene personalidad, apetito y talento, capacidades suficientes como para entender que debería empezar la Liga dentro. También Borja Iglesias, al que le pesa el juego cuando se lo construyen al modo de Ángel la pasada campaña, con esos pelotazos con los que le mandaban a buscarse la vida. El ariete gallego tiene buenas aptitudes en el juego de espaldas y dentro del área, pero su corpachón le impide marchar al frente con diligencia cuando el juego es de corneta.

El resto de las novedades han quedado en el oscuro margen entre las incógnitas y las sombras. Buff es el que más ha jugado, pero los detalles no lo llenan como futbolista en España, donde necesita presencia y constancia en el juego, además de determinación. La tiene Papunashvili, del que tampoco se han podido sacar muchas conclusiones. Casi es lo mejor. Tampoco de Alain Oyarzun. Antes o después casi todos ellos serán superados por Toquero, un profesional del fútbol, que sabe que en esta categoría se juega armado hasta los dientes. El Zaragoza, de momento, no lo está.