La casa de la ilusión cumple 60 años. Cuatro vetustas tribunas que encierran en sus adentros un sentimiento de fe inquebrantable al paso del tiempo. Cientos de miles de aficionados se han dejado llevar por el embrujo de un estadio que tiene voz propia. Unas gradas donde el silencio no existe, pues aún se siguen escuchando los ecos de aquellas tardes en las que los cánticos resonaban hacia la Gran Vía. El templo de la unión, donde cientos de miles de leones se fundieron en un mismo rugido. La Romareda seguirá iluminada por la luz blanca que desprenden sus majestuosos focos, que dirigen nuestra mirada hacia el cielo más blanquiazul del planeta.

El viejo Torrero cada vez estaba más deteriorado, la visión de futuro del club no casaba con la continuidad en este escenario. Fue el presidente del Real Zaragoza Cesáreo Alierta el que propuso en una junta de accionistas en mayo de 1954 las directrices de su plan de recuperación económica. La venta del único activo del club, el campo de Torrero, iba a ser clave para solventar una deuda de 6 millones de pesetas con una entidad bancaria que vencía a corto plazo. El club contaba con el beneplácito del alcalde Gómez Laguna para una operación que permitiría sanear las delicadas arcas del club.

A finales de 1956 se colocó el primer ladrillo para la construcción de La Romareda. Once meses después se terminó de edificar la estructura que cambiaría el futuro, solo faltaba conocer cómo se iba a llamar el campo. Entre las opciones más populares destacaron: Miralbueno (el que más gustaba), Goya o El Nuevo Torrero. La Romareda apenas había trascendido. Sin embargo, el alcalde manifestó que el nombre debía hacer referencia al lugar donde se ubicara el campo y así fue.

La ciudad se paralizó en un soleado 8 de septiembre de 1957, el Real Zaragoza iba a estrenar su nueva casa ante Osasuna. «Este campo nos permitirá alcanzar nuestros objetivos más ambiciosos», expresó Alierta en un discurso dentro del estadio. El arzobispo de Zaragoza fue el encargado de bendecir el campo, augurando un brillante futuro. Gómez Laguna hizo el saque de honor previo a la efusiva celebración del graderío por el primer gol anotado, obra de Ramón Vila. La remontada en los últimos diez minutos del conjunto aragonés les permitió levantar, ante los más de 34.000 espectadores, el trofeo de vencedor que diseñó el artista aragonés Pablo Remacha. La entidad recaudó 749.603 pesetas, una taquilla que equivaldría a tres partidos de Torrero. Fue el primer brote verde.

Es casi utópico poder sintetizar en pocas líneas la historia de un estadio de semejante tradición balompédica. Un feudo de renombre internacional, que abrió por primera vez sus puertas a la competición europea el 10 de octubre de 1962, ante el Glentoran de Belfast en Copa de Ferias. Por aquel entonces Reija ya ejercía su soberano liderazgo, mientras que en las tribunas se lanzaban las almohadillas de los asientos al aire cada vez que Seminario marcaba un gol. Como en aquella tarde ante el Racing, donde el peruano dejó boquiabierto al público con cuatro goles de bella factura. Por la banda izquierda de La Romareda galopó durante diez temporadas un joven de cabello con tintes dorados y complexión delgada. Carlos Lapetra poseía una calidad casi divina, solo comparable a la de los astros del fútbol. «Es un talento, tiene el cerebro en el pie izquierdo», expresaba Alfredo Di Stéfano sobre Lapetra. O aquel gallego con el nueve a la espalda que sabía volar en sus imperiales remates de cabeza. Marcelino fue considerado como el mejor nueve de Europa, sobre todo por la prensa inglesa tras la contienda europea ante el Leeds.

LA ROMAREDA, UN FORTÍN

Con Los Magníficos al completo se consiguió elaborar un fútbol de gran elegancia, una superioridad que se veía acrecentada en La Romareda. En la temporada 63/64 , el conjunto blanquillo disputó 24 partidos como local y solo perdió uno, ante el Athletic (0-2). La prensa catalana advertía con sabiduría del potencial blanquillo en casa: «El Barcelona está capacitado para puntuar en Zaragoza», titulaban, pero no fue así y cayeron derrotados por 2-0.

El equipo de los zaraguayos hizo de La Romareda un feudo difícilmente expugnable. 33 meses estuvo el público zaragocista sin ver a su equipo perder en competición regular. La derrota ante el Betis en diciembre de 1974 frenó la racha triunfal como local. Una temporada en la que se logró el subcampeonato liguero, con una tunda histórica al Real Madrid (6-1) y el gol número 1.ooo anotado por el Lobo Diarte.

En 1965, el West Ham privó a los aragoneses de la final de la Recopa. La Romareda acogió un partido de alto voltaje con una actuación sublime de Bobby Moore. El Daily Mail publicó en la crónica: «Booby Moore realizó el mejor partido de su vida en uno de los campos más difíciles de Europa». Un equipo de leyenda, con nombres como Arrúa, Soto u Ovejero. Este último fue protagonista de uno de los episodios más bizarros jamás vistos al derrumbar la portería tras colgarse de las redes para evitar un gol. Pelé, fruto de su asombro, expresó: «Llevo 20 años jugando y no había visto nunca una cosa igual». Esta circunstancia permitió al público y a los jugadores hacerse fotos con O’Rei mientras se reponía la meta destrozada.

Para el recuerdo quedará la tarde en la que Pichi Alonso pasó a la historia blanquilla tras anotar cinco goles en la excelsa goleada al Espanyol por 8-1. Cuatro de ellos fueron de cabeza, y eso que el técnico perico explicó en un informe que el atacante era pésimo en esa faceta ofensiva.

Los ensangrentados duelos de Felipe Ocampos con el madridista Benito sobre el verde. El fútbol total que práctico Beenhakker, la imagen de Trobbiani con un mono en su hombro junto a Maradona, el Ajax de Cruyff brillando en el embarrado césped de La Romareda... Un estadio que ha visto a los más grandes y que aún tiene en la recamara tardes de magia blanquiazul.