El presumible partido trampa del que se avisaba en la visita del Sevilla Atlético resultó ser un cepo para osos. El Real Zaragoza, en una de sus peores versiones de la temporada, cayó en él en el primer minuto y durante el resto del encuentro fue un equipo quejoso, herido, incapaz de liberarse de su propio peso sobre los dientes de la ansiedad. El Sevilla Atlético, que se presentó como una perdiz lista para ser escabechada para el descenso, corrió feliz por La Romareda como si se tratara de un parque temático a su total disposición, un último deseo concedido por el destino antes de recibir la extramaunción. No festejó una goleada porque tenía que justificar de alguna manera su condición de colista, pero maltratado además por todo tipo de ausencias se dio un banquete de primera.

Que te gane el último en tu mejor momento y encima te toree no es nada nuevo en el deporte colectivo. Aunque no es común, no sucede por casualidad y responde a unos parámetros bien definidos: falta de concentración grupal, morosidad en el esfuerzo, pésimo reparto de las responsabilidades, laxitud y urgencias chifladas son los síntomas más comunes en estas situaciones que coinciden con una reciente racha exitosa. Y mientras te deshidratas de virtudes, el adversario aumenta las suyas, las que poseía y las que va recogiendo por el camino. ¿Tragedia? Depende de la tesitura.

El Real Zaragoza se estrelló después de una tacada de seis victorias consecutivas, a punto de brindar por la séptima y afincarse casi de forma definitiva en la zona de promoción. En algún instante tenía que producirse un paréntesis a tanto gozo. Tuvo que ser en Pamplona, pero de El Sadar salió milagrosamente victorioso en gran parte porque Cristian Álvarez detuvo media docena de tornados. Lo normal era haber cedido los tres puntos contra un Osasuna muy superior y doblegar después al Sevilla Atlético. Nadie se rasgaría ahora las vestiduras. Pero el cambio de orden de los resultados ha provocado una frustración desmesurada. Quizás porque lo voluptuoso de esa cantidad de triunfos desató la hipérbole en los elogios y las expectativas. También la lícita ilusión y su pariente más próximo, el espejismo.

La reacción del equipo de Natxo González ha sido espectacular y loable, y le permite todavía soñar con posiciones que hace mes y medio contemplaba a años luz bajo el árbol del ahorcado. La inercia de la exageración le condujo a ser nominado como aspirante al ascenso directo, sin duda un error de cálculo acentuado por su increíble zancada ascensora en la clasificación. Que realizara la peor primera vuelta de su historia tenía un peaje en el caso de una mejoría sobresaliente como así se produjo: aquellas limitaciones pertenecen aún a su ADN y afloraron todas a la vez frente al Sevilla Atlético. Ahora que ha reaparecido ese fantasma en un solo partido, el Real Zaragoza deberá trabajar para domesticarlo en un plano realista. Es un equipo bien colocado, con algunos futbolistas notables y otros sobredimensionados, un buen plan y una afición sin parangón. Esa opción de releerse a uno mismo es la mejor herencia que deja una derrota en nada apocalíptica siempre que la aspiración no sea hacerse con el campeonato.

Natxo González dijo al término del encuentro que ahora se vería de qué pasta están hechos sus jugadores, que es la hora de la verdad. La hora de la verdad va muy por delante nuestro y nos advierte de las trampas pese a que nos neguemos a escucharla.