Hablar de alguien que se salve esta temporada es, sin duda, un ejercicio temerario de análisis. Pero, como en toda batalla sea por la gloria o por defender del fuego el trigal que da de comer a la familia, los ha habido. Pequeños, puede que mínimos o grandes según la mirada y el corazón que los contemple. No muchos, la verdad, aunque sí reconocibles por diferentes razones, todas ellas de peso mayor para que un Real Zaragoza sindios, para un equipo hecho, rehecho y contrahecho durante 41 jornadas de negación futbolística. Todos terrenales y puntuales, engarzados por la constancia y la fe, valores aislados sin los que el club aragonés no habría sobrevivido a la tempestad de una nefasta gestión directiva.

1. La afición, el gran cobijo

Una vez más ha resistido al pie del cañón, acribillada por el olvido administrativo, por un fútbol infame, por un equipo que tira a matar de aburrimiento y de hastío. Por horarios imposibles. Sin rechistar en Segunda División, la afición del Real Zaragoza ha vuelto a tener un comportamiento ejemplar, en ocasiones distante por el desgaste sufrido, siempre dispuesta a acudir al rescate. En La Romareda, en el hogar o con la mochila de viaje, la hinchada sigue siendo el único soporte creíble de que existe un futuro mejor. La critican y se fustiga ella misma, pero pocas masas sociales soportarían ya no una travesía similar por el desierto, sino circunstancias y partidos vergonzantes. De vez en cuando hay que escuchar que es un público exigente, que devora a sus inquilinos. Esa fama de estadio carnívoro es una leyenda urbana con muy poco fundamento que utilizan los pusilánimes o forasteros de paso. Ella es el Real Zaragoza y más en estos tiempos que invitan a desertar, dispuesta para activarse otra temporada y soñar con el regreso a la categoría de la que nunca ha descendido.

2. Láinez, el hombre que estuvo allí

Le pusieron contra las cuerdas y le entró sudor fío. Después de superar ese estado de pánico y de máxima responsabilidad aceptó un reto muy próximo a la tragedia sabiendo que su elección era el último cartucho de la directiva, que quería mantener a Raúl Agné hasta el final del curso. Los resultados y la caída libre hacia el descenso aconsejaron el cambio en el banquillo. César Láinez se comprometió a salvar al equipo y lo ha logrado sufriendo como los dos técnicos anteriores, pero aportando en un momento determinado y clave el oxígeno táctico y los puntos que necesitaba el Real Zaragoza. Se tuvo más la pelota, se jugó con citerio y hubo un amago de cambio... Sin embargo, el exportero no ha podido mejorar lo inmejorable, una plantilla que se le hacía añicos física y mentalmente en las segundas partes, que perdía sus ventajas en las rectas finales, que carece de calidad competitiva como bloque. Desde su inexperiencia y condición de eventualidad, su trabajo ha estado a la altura de un profesional muy profesional, afectado pero jamas intimidado. Dice César que para él la permanencia es el mayor de los títulos conseguidos. De ser así, que lo es desde una perspectiva de elevado altruismo zaragocista e hiperrealismo, habría que plantearse colocar al técnico dentro de las vitrinas del club, junto a la Recopa.

3. Los benditos goles de Ángel

La mejor individualidad de la plantilla, por no decir casi la única, ha sido este delantero todocampista, matador y fallón en lo fácil, infatigable guerrero. Ángel ha explotado sobre un polvorín, en su mejor temporada profesional con diferencia. Su influencia supera con creces a la de todos sus compañeros. Si no fuera por su 21 goles, el Real Zaragoza estaría a estas alturas varios metros bajo tierra. Le vinieron a discutir el puesto Juan Muñoz y Dongou, pero ambos han sido tachados hasta quedarse en solitario el tinerfeño, situación en la que se ha desenvuelto como piraña en el agua. Ha marcado en nueve de las 12 victorias del equipo y en cuatro de los 13 empates, con cuatro dobletes en su cuenta. Dianas de todos los colores que han significado un puñado de puntos vitales. Además, ha actuado por su cuenta, sin nadie que el eche una mano en esta faceta. Cubrir su marcha este verano será uno de los grandes retos de la dirección deportiva.

4. El yunque de Zapater

Prácticamente se había despedido del fútbol. Operado de una hernia inguinal y del pubis, con 31 años arrastraba además serios problemas en la espalda sin opciones de jugar lo más mínimo en el Lokomotiv de Moscú. Se puso a correr por el monte y por los parques, a fortalecerse, con la mirada puesta en un regreso como premio a su férrea voluntad. Pero no en cualquier sitio, sino en su Real Zaragoza, que le ofreció la oportunidad presentándole como un Mesías en una puesta en escena a bombo y platillo pero con trampa. Lo avisó el propio centrocampista: venía a ayudar, pero necesitaba un equipo alrededor o al que servir, condición que nunca se ha producido en la primera premisa. Alberto Zapater, capitán y mediocentro de referencia, ha participado en las 41 jornadas y sólo ha sido sustituido en dos ocasiones. Indiscutible para Milla, Agné y Láinez ha respondido muy por encima a lo que se esperaba físicamente. Lo que ha hecho se puede calificar de milagro, si bien esa emotiva resurrección no ha ido ligada siempre a una productividad notable. En esa posición ha administrado esfuerzos y se ha dejado la piel a partes iguales sin conseguir erigirse en el faro constructivo que solicitaba el equipo. Aun con todo, no se entiende este Real Zaragoza salvado sin el yunque de Ejea de los Caballeros, luchando por cada recuperación al rojo vivo, contagiando su entusiasmo juvenil en los peores momentos, cuando rezó.

5. La sobriedad suficiente de Ratón

Irureta fue el elegido, pero llegó un momento en el que la portería se le vino encima y hubo que llamar a filas a Álvaro Ratón. El chico salvó un punto pero no a Milla en Valladolid, estación final para el técnico, y se ganó el puesto hasta que Raúl Agné lo liquidó en una de las decisiones más injustas del año. Irureta recuperó su estatus aumentado las sospechas sobre su cualificación y aterrizó Saja. Esa combinación esperpéntica envió a Ratón a la grada hasta que Láinez tomó las riendas y estableció la cordura en la posición que más estabilidad exige en un equipo. Su apuesta por Ratón, a quien dirigó en el filial, fue rotunda y el meta le ha respondido. No es un cancerbero espectacular ni un portento de intachable seguridad, pero su sobriedad ha sido suficiente aval para considerarle pieza fundamental. Contra el Oviedo sumó él solo otro punto de oro.