Con la Fundación 2032 se ha producido un efecto adormidera. La afición quiere ser justa con un grupo de empresarios que surgieron de un día para otro para evitar la desaparición de la entidad y conserva una prudente distancia crítica con su labor en todos los ámbitos. En la etapa de Agapito Iglesias, la hinchada mantuvo un fuerte pulso beligerante con el personaje más dañino en la historia del club, pero en cuanto se produjo el relevo, sobre la campana, inició una relación muy respetuosa con la nueva propiedad. Esa tregua se extiende a casi todos los ámbitos de la sociedad, que evita en su mayor parte señalar a cualquiera de sus integrantes como culpable del momento deportivo que atraviesa el club. Lo son a la misma escala --incluso en algún caso mucho más-- que los entrenadores y jugadores que han desfilado durante este período, pero, y se pudo comprobar al final de la derrota frente al Elche en La Romareda, la indiferencia se ha impuesto a la reprobación, al mínimo reproche.

Quizá esa sobriedad emocional, producto sin duda también del agotamiento, tenga mucho que ver con la mínima exposición pública de los integrantes de la SAD, quienes se han instalado entre bastidores no sin rebajar ni un gramo su poder de influencia. Se mira al palco y no hay nadie al que señalar, como si una espesa niebla informativa actuara de escudo protector. Se sabe que alguno ha puesto capital propio en esta empresa y que otros son puros figurantes, sin llegar a un desembolso suficiente como para situar al Real Zaragoza en un marco competitivo de serio aspirante al ascenso. La mala gestión, por lo tanto, se ha centralizado sobre el terreno de juego con astutas y estudiadas maniobras para situar al consejo dentro de un marco intocable. Bautizados como salvadores, se ungen de esa condición cada vez más en entredicho.

Luis Milla fue destituido ayer porque hizo todo lo posible e imposible para hacer inviable su continuidad en el banquillo. El despido ha sido recibido como el mismo ruido de satisfacción que el del fichaje de un crack. Que toda la antipatía haya recaído sobre el turolense y en menor medida en los componentes de una plantilla floja, escenifica a la perfección en qué medida la Fundación 2032 domina los tiempos a su antojo, en el interior de esa cúpula de cristal construida por ellos y conservada por un servicio de mantenimiento en pánico constante. Carlos Iribarren, consejo del Área Deportiva, lleva una buena tacada de fracasos con los entrenadores --incluso con el que nunca debió prescindir-- y no ha salido ni ha sido requerido para que ofrezca su versión de los hechos, alguna explicación, una pizca de responsabilidad. Narcìs Julià, director deportivo, sí lo ha hecho esta misma mañana por sus erradas apuestas por Carreras y Milla ("El cambio de entrenador es una decisión mía; en relación a la situación del equipo y los últimos resultados", ha dicho) Eso sí, ha dejado una negra perla para el saliente. ""El nuevo entrenador tiene que creer y confiar en la plantilla".

Los otros, muy cómodos en el anonimato, ni se van asomar por la crisis. Una vez más las espinas se van de rositas.