El matrimonio entre este nuevo Real Zaragoza y Víctor Muñoz está condenado al divorcio desde el mismo día de la boda. Aquel enlace veraniego, en medio de un trasiego incesante de actividad institucional, burocrática, económica y deportiva para culminar el cambio de propiedad y de poderes en la SAD, nació sentenciado. Todavía hoy es difícil entender cuáles fueron las razones para que aquellas nupcias entre novios mal avenidos se concretaran en una unión artificial y forzada. Enseguida empezaron las peleas: a la hora de comer, a la hora de cenar, por la forma de ordenar la casa, por la manera de gestionar los recursos... Así ha sido hasta hoy, momento en el que el futuro del entrenador del Real Zaragoza pende de un hilo finísimo después de la derrota de Soria, la culminación de una mala racha que ha llevado al equipo a sumar un punto de los últimos doce y a perder la mayoría de las virtudes que lo habían catapultado desde el fondo de la tabla hasta la zona de playoff.

La tensión entre la SAD y Víctor Muñoz es constante en los últimos meses y ha vivido episodios de todo tipo, algunos de los cuales a punto estuvieron de costarle el puesto con el abrigo todavía guardado en el trastero. Discrepancias, disensiones, disputas, desacuerdos en la forma de concebir el presente y el futuro del club, en la manera de administrarlo, que no han hecho más que agrandar la distancia entre las partes. Ahora mismo viven en mundos diferentes.

En el fútbol, una situación de tal rigidez se sostiene cuando el viento sopla a favor de los resultados y se hace insostenible cuando empiezan a encadenarse las derrotas. Entonces, los malos vientos airean los problemas escondidos. Así está ahora mismo el Real Zaragoza. Con el equipo malherido en la defensa, con el rumbo extraviado y con la separación amenazando el matrimonio con el entrenador. Mezclar el agua con el aceite hirviendo siempre, siempre ha hecho saltar chispas. En esta relación no ha sido excepción.