Todo habrá merecido la pena si dentro de tres semanas el Real Zaragoza está en Primera. Partidos como el de ayer, no obstante, no ayudan a suponer un ascenso, mucho menos por la puerta grande que una vez se adivinó. La dinámica de las últimas cuatro jornadas ha llevado al conjunto de Carreras a la orilla del desastre. Con pánico, esa cobardía repentina --normal, dicen-- que ha congelado la progresión del equipo y ha parado más de un corazón. La gente está tan hinchada de entusiasmo, inflamada quizá por el hartazgo del indigno sufrimiento, que a buenos ratos esconde su ira y aprieta. La angustia, sin embargo, lleva a situaciones histéricas como las que se vieron ayer en La Romareda, con algunos arrebatos de cólera por incomprensión que pusieron al equipo contra las cuerdas en los últimos minutos.

La mayoría de la gente quería animar, de verdad, pero lo que se escuchaba de fondo era un largo lamento, dolor puro, que recorrió el partido de punta a cabo. Su Zaragoza ganó, pero hizo otro partido malo, de esos que dejan más dudas que certezas. Fue angustioso ya el comienzo, con estúpidas pérdidas de balón que provocaron las primeras protestas antes de que llegara el minuto 5. El 5, sí. Inimaginables fueron la atmósfera y el tono, desde luego, para cualquiera que acudiese al estadio a vivir una fiesta. En Zaragoza no hay confetis ni galas. Pocas risas.

Toca sufrir todas las semanas, en esa despiadada agonía que ha ido echando a la gente del campo estos años. Al fútbol la gente va a sentir, pero también a disfrutar, a reírse, a regocijarse un rato con los suyos. Se entiende el factor de incertidumbre y pasión que genera el juego, por supuesto. Es más difícil tolerar el dolor repetido, trasladado a la ciudad y sus convidados, por ende al vestuario, donde no hubo ni media celebración. Normal.

Historia y números

Dijo Carreras que en tiempo de playoff el Zaragoza será bien otro, una vez sacudida la presión, la obligación de estar entre los seis mejores. La responsabilidad no varía, sin embargo. Su equipo tiene que subir. Es un deber, un compromiso, casi una imposición. Se lo han marcado, lo exige su historia. Las razones para creer que puede cumplir el desafío están justamente ahí, en la tradición de su escudo, en el peso de una camiseta acostumbrada a otro fútbol y otros rivales, en el empuje de una afición que aplasta enemigos a rugidos. Leyenda es. Si bastase...

Al otro lado de la desagradable victoria y las insospechadas sensaciones de congoja quedan los números, indiscutibles. El Zaragoza llegará a Palamós cuarto. Si es capaz de ganar, entrará en los playoffs en esa posición, con derecho a jugar al menos la vuelta de la primera eliminatoria en casa. Si empata, tiene segura su participación en la promoción, aunque sea sexto. Si pierde, el riesgo es evidente. Tiene el golaverage directo perdido con Girona y Osasuna. En triples y cuádruples empates sale mal parado. Incluso en un quíntuple, aún posible, quedaría séptimo. Le queda ganar, asegurar el mejor puesto, y creer. Creer que el pasado pesa más que el fútbol.