Todavía colean aquellas imágenes que se produjeron en el césped de La Romareda. Las lágrimas de la plantilla zaragocista sobre suelo mojado en consonancia con una afición devastada. Todos sintieron al unísono. Entre miradas desorientadas y un desconsuelo generalizado se comenzó a entonar el himno. Fue toda una lección vital. Se acababa de desmoronar el sueño y a los pocos minutos ya habían sacado fuerzas para ponerse en pie. Por un breve momento, jugadores y afición se abrazaron en aplausos para conmemorar la unión vivida. Prometiéndose en familia que volverían a comenzar otra vez.

Tras haber odiado el fútbol y su cruel ensañamiento llega el momento de nacer de nuevo. Situarse en el punto de partida para intentar culminar la temporada tan deseada. Ese quimérico año del ascenso que todos los jugadores visualizan. Muchos reconocían en los días previos a la eliminatoria de la promoción de ascenso contra el Numancia que les costaba conciliar el sueño. Comían techo desde la cama, contemplando un universo paralelo donde celebraban su retorno a Primera División. Es algo inevitable para un grupo de jugadores que son conscientes que pueden lograr uno de los acontecimientos más ansiados en la época reciente del Real Zaragoza.

Por su vínculo pasa el futuro del club. Se trata de devolver al león a su sitio, de retomar viejas rutinas en desuso. Esas temporadas donde se pasaba de ronda de Copa del Rey sin miedo. Cuando cada victoria servía para comprobar a cuanto estaba el descenso y si las plazas de Europa quedaban próximas. Vestirse de gala cuando venía uno de los grandes, tumbarlos en La Romaredao o sufrir uno de esos arbitrajes tan crispantes. Era coleccionar los cromos de los ídolos en blanquiazul, cambiarlos en el colegio...

Para regresar a esos días hay que subir. Un objetivo eterno, cuya consecución durante esta temporada parte con algo de ventaja. Ahora el bloque es mucho más maduro. Sobre su lomo tiene todas las cicatrices del año pasado. Multitud de enseñanzas y lecciones que aprendieron en un curso que moldeó su actitud. Porque en esta nueva temporada se volverá a tropezar. Casi seguro que se vivirán estridentes rachas de resultados adversos, pero es ahí cuando se debe de recordar lo que sucedió el año pasado.

Es inevitable que surjan dudas, forman parte de este deporte y de la propia inercia de una competición intoxicada de igualdad, donde no hay resultado predecible y con dinámicas que pueden cambiar en apenas minutos. La plantilla actual tiene más poso en la categoría. Los canteranos que el año pasado tiraron la puerta abajo ya no son aquellos pupilos portadores de un estilo osado y refrescante. Ahora tienen más arrugas. Han experimentado la exigencia y el alto desgaste del fútbol de élite. Una condición más veterana, que tiende la mano a las nuevas generaciones, a esos chicos intrépidos que vienen del Aragón o a esos proyectos de futuro, recién salidos del juvenil, pero con talento para dar guerra en el primer equipo. Siguen emergiendo talentos para la causa.

Toca nacer de nuevo. Volver a vestirse y saltar al extraño territorio que es la Segunda. Remangarse y prepararse para más decepciones, para momentos de crispación y, sobre todo, para días repletos de alegrías. El Zaragoza cuenta con casi la totalidad del bloque del curso pasado, todavía pendiente del delantero que remate una plantilla de muchas posibilidades, aclamada por algunos técnicos y componentes de la categoría de plata. Este será el sexto intento hacia un destino ya escrito. Se buscará la consecución de aquella visión que los futbolistas tenían mientras no conseguían dormir. El momento que todos ambicionan vivir.