El tiempo es algo relativo, pasa rápido en las alegrías y es una losa en las tristezas. Por eso, entre la expedición zaragocista que de madrugada regresaba en el chárter desde el Aeropuerto de Las Palmas de Gran Canaria había diferencias a la hora de medir la distancia a la que se quedó de Primera cuando Araujo clavó esa daga en el corazón zaragocista en el minuto 84. Seis minutos para algunos, solo tres para otros, cinco, diez... En el fondo, era la medida que expresaba lo cerca que había estado el sueño, lo poco que había faltado para culminar un regreso a la élite de vital importancia.

"Una pena, una lástima, es perder una final de la Copa del Rey, esto es mucho más importante, más vital para el club", reflexionaba en voz alta el consejero Fernando Rodrigo antes de embarcar. A su lado, el consejero delegado Carlos Iribarren no escondía la dureza del golpe recibido y el difícil panorama que hay por delante. Era más optimista el mensaje de Lapetra, por lo menos de puertas afuera, mientras Willy Villar, director deportivo del CAI, charlaba con unos y con otros.

En el aeropuerto, allá donde estaban también 250 aficionados zaragocistas rotos por el cansancio y cuyo chárter partió antes que el de los miembros de la expedición zaragocista, mandaban sobre todo los gestos de ánimo, de consuelo mutuo, de abrazos, el chocar las manos, las miradas cómplices, el mensaje de que será el año que viene el del retorno a Primera. Estaba en la memoria el larguero de Dorca, el gol de Araujo cuando más nerviosos estaban ya los jugadores canarios por no llegar esa segunda y letal diana, también se admitía el flojo partido y se reconocía que el equipo estuvo a merced del rival, sobre todo en la segunda parte.

Bono y Popovic

Paseaba solo Bono, repasando seguro la jugada del segundo gol, el resto de jugadores esperaba sentado, en pequeños grupos, la llamada del avión y Popovic, con su habitual sonrisa guardada entre las maletas, conversaba con unos y con otros, con su esposa al lado, justo antes de embarcar. Un vuelo, de unos 150 personas entre plantilla, cuerpo técnico, familiares, personal, directivos, prensa y patrocinadores, que, por las altas horas y la amargura, fue de tranquilidad, silencio y dolor contenido.

Algunos jugadores, como Borja, Fernández o Cabrera, sí se levantaron y hubo pequeños corrillos, pero la mayoría de la plantilla permaneció en sus asientos y, tras el servicio de cátering, el descanso o la charla con los compañeros de al lado fueron la nota común. Tampoco se dejaron ver los consejeros del club y Popovic solo se levantó en una ocasión. Las bebidas, el champán, lo que estaba preparado en caso del ascenso, se quedó guardado.

Pasadas las dos y media aterrizó el avión en Zaragoza y allí le esperaba casi medio centenar de aficionados, que acudieron a animar al equipo, a dejarles claro que también estaban a su lado en los malos momentos. Desfiló la plantilla, con aplausos para todos, más claros en los casos de Fernández, Cabrera o Bono, hasta que salió Vallejo. El capitán es la devoción del zaragocismo, que lo adora. Se paró, se hizo fotos, aún con el gesto tan descompuesto que un aficionado le abrazó. "Vamos hostia Jesús, vamos que volveremos". Popovic se despidió uno a uno de todos para después recibir el aliento de los seguidores y subir el último al bus.