No se va a permitir ser un cualquiera. Tampoco el líder espiritual y deportivo que pretende el club para abanderar aventuras quijotescas o para edulcorar lo imposible, esa interminable hemorragia de Palamós. Alberto Zapater viene para jugar porque se siente con fuerzas después de cuatro años de lesiones y quirófanos, y porque el equipo que le ofrece la oportunidad de hacerlo es el Real Zaragoza, es decir su familia. Es un futbolista de carácter físico, de liderazgo muscular y sobre todo sentimental que ha sumado mucha experiencia. Un futbolista de los que ya no quedan, de esos que cuando besan el escudo cierran los párpados de agradecimiento, de poderosa e indiscutible sinceridad. Pero no es un piloto de vestuarios ni de grupos pese a que su compromiso pueda arrastrar molinos de viento sobre el campo.

Alberto regresa para sentirse de nuevo profesional y porque entiende que tiene una deuda pendiente con sus raíces. Su vuelta ha afilado los colmillos de los publicistas y también de personas de corazón sin neón que consideran que con el centrocampista en la plantilla, el equipo recuperará y contagiará identidad. Todo es posible o todo puede irse al garete porque ahora mismo su rendimiento, que será por lo que se le evalúe de verdad, es una absoluta incógnita. Zapater desprende una fe en sí mismo que quema, una seguridad que abruma, una explosión de ilusiones renovadas por renacer. El Real Zaragoza de la posguerra ha visto en su voracidad e implicación valores que le abandonaron por completo después de que fuera vendido al Genoa con sus lágrimas y la bolsa de monedas de Agapito Iglesias de música de fondo. El club quiere ser él y que el chico, pese a sus 31 años, gestione una empresa regeneradora. Quiere demasiado y con excesiva urgencia.

Aragónes de Ejea de los Caballeros, zaragocista hasta la médula, canterano precoz en el primer equipo gracias a Víctor Muñoz, capitán y protagonista de aventuras ricas y dolorosas lejos de La Romareda. Esos tesoros le avalan como perfecto embajador de una estrategia que busca la aproximación de este gélido Real Zaragoza a su tierra, a su gente. Más allá del simbolismo reunificador que representa y del que es consciente, Zapater se contempla jugando otra vez, ante su público, arropado y criticado por su familia. Seamos justos a fecha de hoy: si no se logra el ascenso, misión muy complicada aun con este león noble y valiente en su mejor estado de forma, que sepa que le cantarán "Te quiero" hasta el final de sus días. Porque Zapater te quiere en la salud y en la enfermedad. Sí, hasta que la muerte le separe del equipo para el que nació.