José Altarriba Millán nació en Peñaflor el 9 de abril de 1932, 22 días después de que viera la luz el Real Zaragoza tras la fusión, el 18 de marzo del mismo año, del Iberia Sport Club y del Zaragoza Club Deportivo. "Tengo el orgullo de haber venido al mundo el mismo tiempo que el Real Zaragoza", dice con presumida humildad a sus 83 años este agricultor cuya principal cosecha ha sido conservar en su memoria fotográfica la historia del club, del equipo que lleva tan cerca del corazón como la insignia de oro que luce en la solapa de la chaqueta como reconocimiento a sus cinco décadas de socio. Ni el paso del tiempo ni la erosión de la edad han podido talar la mayoría de sus recuerdos, tesoros del zaragocismo más puro del primer al último minuto. Todo fresco, trufado de anécdotas y experiencias, de apuntes y opiniones personales, de una admiración y cariño incuestionables en el marco de la eterna fidelidad por lo propio. José ejerce así de fiable biógrafo de su insperable compañero de viaje desde la cuna, de sí mismo se podría decir.

Al padre de José se le paró el corazón a los 30 años, cuando él tenía 15 meses. También era agricultor de sol a sol a principios del siglo XX en Peñaflor, de esos hombres que siembran su vida en el campo, con el tiempo justo para la familia que han de mantener. José fue a la escuela hasta los 14 años pero su destino estaba ligado a la tierra. Con un par de mulas se puso a labrar en la hacienda de sus abuelos, "sobre todo remolacha, que era lo que más dinerico daba. También trigo en el monte". El fútbol le apasionaba y de mozo vistió la camiseta del Peñaflor como extremo derecha, "pero era bastante flojo. No estábamos federados. Los partidos los jugábamos en la era contra equipos de barrios de Zaragoza y con dos porterías que fabricamos con chopos. Y el balón... Si le dabas de cabeza y contactabas con el correón tenías muchas posibilidades si no todas de acabar con una brecha".

Había visto y sentido la guerra civil, los proyectiles que sobrevolaban Peñaflor lanzados por la boca de las baterías del ejército franquista desde el otro lado del río. Un episodio triste que se cobró a gente muy próxima antes y después, con bombas de mano perdidas tras el conflicto, trampas enterradas que asomaban envenedadas al paso de un niño "que volvería muerto sobre un carro". "Me veo corriendo por las calles con los obuses haciendo temblar las casas, los cristales. Siempre al mediodía. Tiraban porque los republicanos entraron dos o tres veces a Leciñena". Testigo del dolor se refugió en su natural optimismo y, para siempre, en el Real Zaragoza. "No soporto que gente de aquí, de Aragón, quiera que gane antes el Madrid o el Barcelona cuando se enfrenta al club de su tierra. Si estoy viendo el partido en el bar, me voy enfadado a casa. No lo trago, no lo tolero", explica José con el ceño fruncido y la mirada encendida.

Ese enojo tiene poderosas razones para alguien que, por no perderse un partido del Real Zaragoza, hacía lo imposible para desplazarse a los campos. Al del Escoriaza, el Arenas, el Atlético Zaragoza en Tercera... Después a Torrero. "Había domingos que el autobús de Ágreda hacia su parada en Peñaflor sin plazas libres. Como queríamos llegar a tiempo, subíamos a la vaca del vehículo, junto a las cestas de los pollos. En otras tras ocasiones nos aventurábamos con la bicliceta. Por una peseta las dejábamos en un taller cercano al Puente del Gállego y de allí cogíamos el tranvía hasta Torrero". En el viejo estadio, José vio de todo. "Quizás el partido más emocionante al que haya asistido fue aquella eliminatoria de Copa contra el Athletic, todo un equipazo. Nos habían ganado 3-0 en San Mamés y fuimos poco o nada convencidos de que se pudiera remontar. Marcó Pitarch y nos animamos. Volvió a marcar Noguera y vimos que el empate estaba cerca. El 3-0, otra vez de Pitarch, hizo que las gradas temblaran. Y el 4-0 de Belló... Una fiesta sin igual. Habíamos eliminado nada menos que al Athletic". Aún se asombra, se recrea, lo disfruta como si fuera ayer.

Una tronada en un partido contra el Badalona provocó que una de las tapias de Torrero se viniera abajo y matará a un seguidor. "Le vimos que se quería proteger de la fuerte lluvia y... Caía un agua impresionante. Fue una pena porque además hubo bastantes heridos" José cuenta con detalle, sin apenas detenerse para repasar los capítulos, muy seguro de que su cabeza no le traiciona. "Juan Jugo jugó con su segundo apellido, Larrauri, durante sus primeros partidos con el Zaragoza. Lo hizo de incógnito hasta que se cerró el acuerdo con el Oviedo, su club de procedencia". De Rafael Mayoral, originario de Villamayor, ganó una estrecha relación que pervive. "Vino a Peñaflor a las vacas y un primo suyo tuvo una cogida. Lo llevamos a curarlo a casa de mi madre. Desde entonces hicimos una gran amistad".

José posa con una fotografía de cuando jugaba al fútbol

En la temporada 64-65 decidio formalizar su amor por el club al convertirse en socio. El abonado número 217 insiste en que se considera socio "porque antes la palabra abonado no existía. Ya en La Romareda estuve en tribuna cubierta hasta que me empezó a fallar la vista y me cambié de localidad, algo más centrada". En el Municipal continuó disfrutando de equipos, entre los que destaca sobre todos el de Los Magníficos, "para mí el mejor", con dos joyas aragonesas que le maravillaron, "Lapetra y Violeta". Después degustó los equipos que entrenaron Beenhakker y Boskov "que hacían un gran espectáculo aunque no lograran títulos". Y de carrerilla nombra una serie de futbolistas que ocupan la cima de su particular Olimpo. "Los mejores extranjeros que hemos tenido han sido Saturnino Arrúa, Gabi Milito y Alberto Barbas". José dedica un paréntesis para los atacantes, su debilidad. "Aquí siempre ha habido delanteros fabulosos; no tanto los porteros. Marcelino, David Villa, Murillo, Amarilla, Esnáider, Diarte, Milosevic, Pichi Alonso, Diego Milito... Ocampos es el delantero más valiente que he visto en mi vida. Iba a reñir con el defensa. De sus peleas con De Felipe, del Madrid, salía humo". Elogia a Garitano, "un luchador", la elegancia de Antic y a Santiago Aragón, "un director de juego que nos vendría muy bien ahora porque es justo lo que nos falta".

Conoció presidentes --"los mejores Cesáreo Alierta, que hizo grande al club, y Waldo Marco, y el peor Usón, del nivel de Agapito Iglesias"--, y se quita el sombrero frente a Avelino Chaves. "La perla de verdad en este club fue Chaves. Debería de tener una estatua a la entrada del campo porque fue capaz de fichar con cuatro perras a un buen número de chavales que no eran nadie y se hicieron figuras en el Real Zaragoza". ¿Qué significa para José ser zaragocista?. "Disfrutar con un gran espectáculo, del mejor fútbol con un equipo que se codeaba con cualquiera en España y también a nivel internacional. Ser zaragocista es también vivir momentos como los actuales, muy duros. Lo estoy pasando mal. El día que perdimos en Almería, apagué la tele porque sufro. Cuando era joven y regresaba de alguna derrota, a la altura de Montañana se me pasaba el disgusto. Ahora no. Pese a todo, mientras tenga salud seguiré al pie del cañón, yendo a la Romareda. Yo, zaragocista hasta la muerte".

Altarriba tiene cuatro hijos y vive con su esposa, Laura, que vino al mundo también el 9 de abril de 1932. "La comadrona fue de la casa de mis padres a la de los suyos", comenta. 83 años después de nacer con apenas unas horas de diferencia, siguen juntos en Peñaflor, donde José pasea por sus calles con su viejo amigo, los recuerdos de un Real Zaragoza presente en su memoria de semillas inmortales.