Natxo González aterrizó allá por el mes de junio en La Romareda con una premisa clara, dotar al equipo de una fiabilidad en las dos áreas bajo los cánones que le habían hecho triunfar en el Reus. Bien sabe el preparador vasco que una de las claves del éxito en Segunda es la regularidad. Natxo repitió con constancia que su ideal de juego pasaba por la fiabilidad, pero la realidad del Real Zaragoza es totalmente opuesta al marco teórico, ya que el equipo se está desplomando hacia las peligrosas arenas movedizas del descenso, bajo una dinámica decadente. El conjunto aragonés tocó su techo en la décima plaza, pero con el paso de las jornadas ha ido evaporándose de forma paulatina hasta caer a la zona de peligro, solo tres puntos por encima del descenso.

El fútbol del conjunto zaragozano demostró tener signos vitales en algunas fases de la presente campaña, pero esas ráfagas carecieron de continuidad, haciendo del actual Real Zaragoza un equipo altamente inestable. Los aragoneses alcanzaron su ideal de juego en aquella segunda parte en el Tartiere, con un Oviedo maniatado por el juego blanquiazul. Paradójicamente, el equipo desplegó su mejor versión y no le fue suficiente para ganar. Unas sensaciones que se mantuvieron durante un mes, donde el Zaragoza pasó de ser decimoctavo hasta ocupar la décima posición.

Los empates ante el filial del Sevilla y la Cultural Leonesa obstaculizaron el crecimiento del cuadro blanquiazul, fueron dos partidos que frenaron una tendencia en línea ascendente. Aquellos resultados fueron una amarga antesala al momento clave en el desvanecimiento del Zaragoza. Fue en aquella fría noche en El Alcoraz, donde el Huesca propinó una severa tunda, propia de un equipo de nivel. Tres goles que cortaron de raíz una racha de siete partidos consecutivos sin perder, sumergiendo al cuadro aragonés en una espiral de irregularidad de la que aún no ha escapado. Desde aquel momento se han logrado dos victorias, dos empates y tres derrotas, una dinámica acorde a la zona baja. Sensaciones pobres, acompañadas por un rendimiento deportivo que no invita al optimismo; con jugadores muy por debajo de su nivel, repetidos errores individuales y falta de estabilidad tanto en defensa como en ataque.

Por lógica, aquellos equipos con argumentos para poder trenzar puntos de forma continuada o que ofrecen una condición férrea como local se acaban ubicado en las posiciones de privilegio. Como el Cádiz, que pasó de codearse con el descenso a colocarse en ascenso directo gracias a ocho victorias consecutivas. El Real Zaragoza vive alejado de esa vorágine, necesitado de puntos para huir de la zona baja y pendiente de cumplimentar el agrio pero ansiado cupo de los cincuenta puntos, esa barrera virtual que garantiza la permanencia. La ambición de la promoción se esfuma hasta los once puntos, una lejanía abismal, mientras que el equipo pierde de forma escalonada su colchón con respecto al descenso. El conjunto de Natxo González cerrará la primera vuelta ante el filial barcelonista, rival inmediato por la permanencia. La alta irregularidad del Real Zaragoza le ha llevado a esta complicada situación, cada vez más cerca del peligro, cada vez más lejos del objetivo. Todo bajo una trayectoria de claro declive.