El incienso, los bombos y la iluminación tenue marcan el Jueves Santo en Zaragoza. Pero también el frenético caminar de los curiosos, fieles y turistas que buscan abarcar el máximo número posible de procesiones en las calles del casco histórico. Al menos diez cofradías coincidieron al mismo tiempo en un intrincado procesionar, solemne y monótono.

Antes de caer la noche, Lucía Aguado corría agobiada por la avenida César Augusto vestida con su túnica blanca y el capirote colorado bajo el brazo. «Date prisa mamá, que no llegamos», urgía a pesar de que todavía era pronto. Frente a la iglesia de Santiago ya se agrupaban los espectadores y los cofrades de La Columna. «Los veo muchas veces, pero siempre desde un mal sitio», señala Francisco Carrasquer.

Abarrotada durante horas estuvo la plaza del Justicia. «Sabemos que si nos quedamos por esta zona podremos verlas todas», razonaba el zaragozano Manolo Fargues. Resiente en Tarragona, procura acudir siempre que puede a ver el mayor número posible de procesiones. Aunque en su caso, sin agobios. «Siempre da tiempo a tomar una caña entre una y otra», bromea mientras pasan los cofrades del Prendimiento. El resto de los curiosos tratan de llegar al máximo número posible de desfiles. Las guías y las aplicaciones de móvil son sus mejores aliados para lograrlo.

Vasiliki Vavouronaki es una profesora griega de intercambio en la universidad. Es su primera Semana Santa en Zaragoza. «El ruido es toda una sorpresa, en Grecia las hacemos de una forma muy distinta, mucho más silenciosa», indica ante el desfile del Descendimiento.

Muy distinto era el ambiente en el interior de la iglesia de San Felipe. Una nube de incienso llena el templo. La cofradía del Ecce Homo reparte ramas de tomillo a cambio de un donativo. «Es para recordar nuestro origen rural», dice Bienvenida Lázaro.