No me he vuelto loco señores, el título de hoy esconde un acertijo... piruleta para el que lo adivine... ¿No? Pues lo iré desvelando a lo largo estas líneas.

Hoy, Viernes Santo, siguiendo mi costumbre, vestiré mi traje de chaqueta y bajaré a San Cayetano a ver la salida imponente del Cristo de la Séptima Palabra, esa espléndida obra de Miñarro, que creo que nunca dejará de impresionarme y fascinarme a partes iguales. Esta mañana serán las Siete Palabras las que inunden de verde la plaza del Pilar.

Ven, ya les he desvelado el primer epígrafe de nuestro título, el siete era por esta cofradía, que predicará en la mañana las siete últimas palabras que Jesús nos dirigió, palabras de perdón, de confianza, de caridad, de acogida y esperanza. Poco después de acabar su procesión, con el tiempo justo de tomar un bocadillo, algunos de sus cofrades se prepararán para la majestuosidad envolvente del Santo Entierro.

Uno decía el titular. Uno sí, porque solo es uno, el Cristo de la Cama, el que nos convoca a acompañarlo en la mayor procesión de España, y digo la mayor procesión porque solo es una, en ocasiones he oído nombrarla como procesión de procesiones, como si fuera la unión de las procesiones de cada cofradía en ordenada sucesión, pero no es así, el Santo Entierro es una procesión. Hoy todos los cofrades de Zaragoza somos hermanos de la Hermandad de la Sangre de Cristo, porque, si bien es ella la que nos invita, todos conformamos la procesión, honrando a un Cristo yacente que desde su sepultura nos llama a ser la voz que Él ya no puede gritar, a ser las manos que Él ya no puede extender y a ser los pies del que ya no puede caminar.

No se pueden llegar a imaginar el cúmulo de sensaciones que uno tiene, siendo cofrade, en un Viernes Santo. En mi corazón, la devoción por la advocación de mi propia cofradía se diluye y fusiona con la devoción al Santo Cristo de la Cama, a su Preciosísima Sangre derramada por nosotros. Hoy, junto al emblema de mi Prendido, llevaré el de la negra cruz con el sudario blanco, porque yo, aunque no pertenezca a la hermandad, también soy hermano del Cristo yacente, de ese Cristo de la Cama que me llevó a amar esta forma de vivir la Semana Santa por encima de todas las cosas.

Al terminar el Santo Entierro, la Dolorosa realizará su íntima procesión de la Soledad, con su salida lenta y pausada, racheando la lenta, con la plaza apagada y solo iluminada por sus faroles. Uno de esos momentos para no perderse. Tras el estruendo de los alrededor de 4.000 instrumentos que habrán sonado en el Santo Entierro, la cadencia de sus toques parece querer sosegar el espíritu, calmar el alma y prepararla para el silencio.

¿Y mañana? Mañana cero, cero palabras, cero sonidos, si acaso unas campanas que anuncian el paso de la Congregación de Esclavas. Cristo ha muerto, no hay palabras, solo la de los cofrades que acuden al sepulcro en San Cayetano a rezar junto a la sepultura, que se clausura a eso de las ocho y media en un acto de sobrecogedora emoción contenida.

Para terminar el día, la pequeña procesión que la Resurrección coordina para llegar a la Vigilia Pascual en el Pilar, donde participan una representación de las cofradías penitenciales zaragozanas. El aire comienza a oler a melancolía.

*Coordinador de Ámbito Cofrade