Hace medio siglo, el hermoso lago Chad medía unos 28.000 kilómetros cuadrados, casi como todo Galicia, por ejemplo, y era una bendición para los cuatro países africanos bañados por sus aguas: Chad, Níger, Nigeria y Camerún. Hoy, en cambio, es un lago enfermo, 10 veces más pequeño, que corre el riesgo de desaparecer del mapa en el plazo de dos décadas, según los negros augurios hechos públicos por la FAO, la organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Las dunas están al acecho por el norte.

El Chad es un lago poco profundo --siete metros en su punto máximo-- cuyas orillas varían de forma acusada con la llegada de la temporada lluviosa (junio) o seca (diciembre). Los escasos cálculos, además poco sistemáticos, estiman que la superficie ocupada por el agua oscila hoy en día entre un máximo de 4.000-6.000 kilómetros cuadrados y un mínimo inferior a 1.000. Eso sí: la variabilidad no debería preocupar en absoluto porque existe ahora y ha existido siempre. Si las tierras que rodean el lago son prósperas para la agricultura es justamente porque las inundaciones les aportan ricos nutrientes.

El problema es que las dimensiones medias del lago son cada vez menores, según subraya la FAO a partir de imágenes por satélite facilitadas por la NASA. Ante esta evidencia, la organización ha lanzado una campaña para recaudar fondos que ayuden a preservar el lago y mejorar la seguridad alimentaria en la región.

CAMBIO CLIMÁTICO El Chad sufrió una crisis árida entre 1970 y 1990 que fue asociada a un cambio climático en el Sahel, la franja esteparia situada al sur del Sáhara. Sin embargo, lo cierto es que el lago Chad se nutre esencialmente de las aguas vertidas por el Chari y su afluente el Logon, dos ríos procedentes del sur, de regiones casi tropicales, cuyo caudal no ha descendido tan drásticamente, según explica a este diario Géraud Magrin, geógrafo de CIRAC, centro de análisis agrario y de ayuda al desarrollo con sede en Montpellier (Francia). Sí ha descendido el caudal de otro tributario, el Komadougou Yobé, aunque especialmente por la construcción de una presa.

Como el lago no tiene pérdidas naturales más allá del recarga de los acuíferos y la evaporación, que siempre ha sido elevada, la única posibilidad es que la sobreexplotación de por parte del hombre esté detrás del declive del lago. Quizá no sea la única causa, pero sí la fundamental.

"Los 30 millones de personas que viven en la región están viéndose abocados a una competencia cada vez más reñida por el agua", dice la FAO. La desecación del lago y el deterioro de la capacidad productiva de su cuenca "han afectado a todas las actividades socioeconómicas y han provocado migraciones y conflictos", prosigue la organización. Más comedido, Magrin, que investiga desde hace años en la región, estima que las personas que viven directamente del lago son a lo sumo tres millones, y solo se llega a las cifras de la FAO si se cuentan los habitantes de grandes ciudades próximas, como Yamena y Mainduguri, que consumen sus peces y cosechas agrícolas. Las tierras irrigadas suman unos 1.500 kilómetros cuadrados.

MENOS PASTOS La FAO afirma que la producción pesquera se ha reducido en un 60%. También se han degradado los pastos y, consecuentemente, hay una escasez de pienso y una reducción del ganado. Géraud Magrin asume que la situación podría empeorar gravemente sí se ponen en marcha los grandes proyectos de irrigación anunciados en los años 80 y nunca cristalizados por falta de dinero. "El petróleo ha traído riqueza, sobre todo a Nigeria y Chad, y ello podría cambiar las cosas", advierte. "Un desastre humano podría seguir a la catástrofe ecológica. Es necesario actuar con urgencia", concluye Parviz Koohafkan, director de la división de tierras de la FAO.