La violencia filioparental afectó el año pasado a entre el 7% y el 10% de los hogares españoles. El dato lo facilitó ayer Jordi Royo, cofundador de la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filioparental y director clínico de la entidad Amalgama-7, durante la presentación en Barcelona de los datos preliminares de un estudio sobre trastornos de conducta en jóvenes y adolescentes. Este informe se difundirá en la jornada Adolescentes con trastornos de conducta: enfermos o mal educados?, organizada por Amalgama-7 y la Fundación Portal.

Las alarmas se han disparado, ya que el número de denuncias por comportamientos agresivos de los adolescentes que han llegado a la Fiscalía General del Estado ha pasado de 2.000 en el año 2006 a más de 5.000 en el 2014, último dato difundido. Este número, sin embargo, es testimonial, porque se intuye que la realidad es más cruda. «El maltrato se está disparando de forma exponencial», puntualiza Royo.

Los expertos calculan que solo el 10% de los padres presenta una denuncia y se trata únicamente de los casos en los que ya no se soporta más la situación. Royo razona el porqué de este bajo porcentaje: «Los progenitores no quieren criminalizar a sus hijos».

Sin embargo, este psicólogo clínico asegura que es recomendable presentar la denuncia porque, a veces, es la única manera de hacerle un diagnóstico al agresor y empezar a aplicar una terapia. Pero no siempre a los padres lo tienen fácil para presentarla porque «hace falta que la agresión sea muy grave y, además, los protocolos de los diferentes cuerpos policiales no están equiparados», apunta Royo.

Los malos tratos de los adolescentes en el hogar familiar no solo consisten en agresiones físicas y verbales. «También hay violencia psicológica, insultos, contestaciones inadecuadas, actitudes chulescas, desobediencias reiteradas…», aclara el experto. Estos adolescentes tienen dificultades para aceptar normas y límites, son impulsivos, profesan la cultura de la inmediatez (todo lo quieren al instante), abusan de las nuevas tecnologías, consumen sustancias tóxicas, tienen el sueño y hábitos alimentarios poco regularizados y presentan cuadros de ansiedad.

Amalgama-7 cada vez atiende a más adolescentes con estos comportamientos. Según la frecuencia y la intensidad de los síntomas, estos jóvenes evolucionarán hacia situaciones de conflicto en los ámbitos familiar, escolar y social.

CUESTIONARIO

Los padres, reconocen los expertos, acaban teniendo síndrome de Estocolmo. Lo peor de todo es que la familia «se acaba adaptando a estos comportamientos agresivos», señalan. El director clínico de Amalgama-7 afirma que a los padres que llegan a la entidad lo primero que hacen es pasarles un cuestionario en el que se les pregunta: «¿Tiene miedo al llegar a casa?, ¿Cuesta hablar con su hijo?» La familia tiende a tapar la actitud de los chavales y los disculpan con frases como «no siempre se comporta así, a veces hasta baja la basura».

Royo cree que los padres, educadores y médicos tienen «graves problemas de autoridad y el menor se crece por esta fragilidad». Y añade: «Los adolescentes nos han arrebatado el poder y lo usan mal y a su antojo». Pero, hay un dato para el optimismo porque la experiencia de la entidad muestra que «los trastornos de conducta son recuperables».