Una plácida tarde de martes, camino del inmenso City Park, el mayor parque urbano de Nueva Orleans, veo pancartas de protesta ante casi todas las casas en Lakeview, un barrio de clase media-alta con casi solo residentes blancos. Los habitantes se quejan del estado del firme de sus calles, lleno de grietas y baches. Es la única huella que queda aquí del Katrina, cuando Lakeview fue uno de los pocos barrios acomodados y blancos que quedó inundado. Las casas son bonitas, y todas parecen habitadas.

No hay prácticamente ninguna parcela vacía.

Escogí esta tarde soleada para acercarme a un festival de música clásica en el City Park, que los habitantes aprovechan para traer mesas, sillas, comida y bebida. Un césped del tamaño de un campo de fútbol se llena con miles de familias y el picnic gigantesco me confirma que Nueva Orleans, 10 años después del devastador huracán, está muy viva. Que hay ambiente, ganas de fiesta, pasárselo bien, compartir. Es una ciudad alegre.

Pero hay algo que me llama la atención: entre los miles de asistentes, no veo casi ninguna persona de color. Ninguna. Y no es porque la música clásica sea cosa de los blancos. Ya me pasó dos días antes en el festival de jazz del Barrio Francés: la gente bailaba, bebía, se reía, conversaba... pero casi todos eran blancos.

Las secuelas del Katrina no han hecho más que ampliar la división racial en Nueva Orleans, es la conclusión que se saca de un estudio de la Universidad de Luisiana (LSU) publicado este mes: mientras que el 80% de los blancos encuestados dice que la ciudad se ha recuperado ya del Katrina, el 60% de los negros opina todo lo contrario. La población afroamericana, sobre toda la de los barrios pobres al este de la ciudad, fue la más afectada por el agua. De los 323.000 negros que vivían en el 2004 en Nueva Orleans, 100.000 nunca volvieron.

Aun así, la población negra sigue siendo mayoría, el 59%. Pero no veo a nadie de ellos en el parque. Sí en el barrio, Algiers, donde alquilo parte de la casa a una familia de color. Son casas grandes, preciosas algunas, habitadas por constructores, ingenieros, abogados. Toda gente de color.

Racismo latente

"Cuando los blancos ven que los negros empezamos a instalarnos en un barrio que está medianamente bien como este, ellos acaban yéndose", me dice Kennon, el dueño de mi casa.

Suzy, una mujer blanca de 45 años, vivía antes del Katrina cerca del Lower Ninth Ward, el barrio más afectado. El más pobre también, el que sigue apenas sin reconstruirse, un yermo sin tiendas, con más parcelas vacías que casas. "Fui evacuada y acabé en Austin, en Texas. Cuando volví después de un año, mi casa estaba saqueada. Con las prisas me había dejado todo, mis joyas, otras cosas de valor... Todo desapareció. Vendí esa casa y me vine aquí".

También vive en Algiers, pero en la pequeña parte histórica donde todas las casitas son de gente blanca, aunque a solo dos manzanas empieza un barrio negro y bastante pobre.

"Esta es una ciudad esquizofrénica" --me explica Suzy en una pequeña pizzería, donde la clientela es blanca-- "pero no puedo vivir sin ella, por eso volví". Y junto a ella no solo regresaron la mayoría de los blancos, sino que Nueva Orleans se ha convertido además en un polo de atracción para miles de jóvenes, artistas, profesionales autónomos, todos de raza blanca. El 56% de los nuevos habitantes de la ciudad de Nueva Orleans son blancos, la mayoría con buena formación y sueldos altos.

Bullicio en Bourbon Street

Durante un mes cruzo cada día el Misisipí desde Algiers hasta el centro de la ciudad con un ferri donde, por supuesto, casi todos los trabajadores son negros. Sus jornadas son largas. El ferri me deja en Canal Street, al borde del popular Barrio Francés que desde hace tiempo olvidó el Katrina porque el agua apenas le afectó. Bourbon Street sigue siendo como la Rambla de Barcelona, un paseo solo para turistas, atiborrada de gente, sobre todo de noche.

El turismo en la ciudad ya se ha recuperado casi del todo: del récord de 10,1 millones de visitantes en el 2004, la ciudad devastada recibió solo 3,7 millones en el 2006. El año pasado, viajaron 9,5 millones de turistas a Nueva Orleans, y gastaron más dinero que nunca, 6.800 millones de dólares.

"¿Tú de dónde eres? Nosotros hemos venido tres días desde Indiana. Mi mujer, yo y otra pareja", me dice Al, sin que yo le haya preguntado nada, en la barra de uno de los locales donde tocan jazz. Le pregunto qué les atrae de aquí.

"Es una ciudad donde debes haber estado al menos una vez, aunque nosotros venimos cada año. No tiene nada que ver con el resto de EEUU. Aquí, todo es posible. Venimos a comer bien, a beber mucho, a escuchar música..." Dice que del Barrio Francés no salen nunca.

La otra Nueva Orleans, la del Katrina, queda muy lejos para el turista. Los más aventureros se suben a uno de los viejos tranvías; el que más lejos va les lleva al precioso Garden District, barrio del siglo XIX donde tienen su casa actores, presentadores de televisión y otros famosos. Un barrio de la burguesía blanca. Un barrio donde no llegó el agua, aquel 29 de agosto del 2005.