Al reverendo Ignacio Castuera, pastor metodista en Los Ángeles, doctor en Religión y desde hace 15 años voluntario en el movimiento a favor de la muerte digna en Estados Unidos, se le ilumina la voz cuando al otro lado del teléfono habla de Brittany Maynard. "Es un regalo de Dios, un caso providencial, una heroína".

Maynard es la mujer de 29 años que el pasado abril, solo unos meses después de casarse, fue diagnosticada con un cáncer cerebral en fase 4 que le daba una esperanza de vida de no más de seis meses. Si se hubiera quedado en California su sentencia de muerte habría quedado en manos del tumor, pero, tras descartar las opciones de tratamiento de un cáncer incurable, decidió mudarse a Oregón, uno de los cinco estados de los 50 de EEUU donde la ley permite tomar el control sobre cómo y cuándo morir. Maynard empezó a colaborar con Compasión y opciones, el grupo más veterano en el movimiento a favor de la legalización de la muerte digna. "No quiero atención, de hecho es difícil de procesar", escribió en la web de su fundación. "Lo que quiero es ver un mundo donde todas las personas tengan acceso a la muerte con dignidad como yo".

"NO SOY UNA SUICIDA"

El discurso de Maynard y su disposición a compartir su proceso mental y físico, colgando fotos y vídeos que muestran su cuerpo hinchado por una medicación que debería reducir el tumor, han puesto rostro y emoción a una discusión que fácilmente se pierde en lo abstracto. En CNN, por ejemplo, escribió: "Hace semanas que tengo la medicación. No soy suicida. Si lo fuera, me habría tomado los fármacos hace tiempo. No quiero morir pero me estoy muriendo y quiero morir en mis propios términos. Yo no le diría a nadie que debe elegir la muerte con dignidad, pero me pregunto: ¿Quién tiene derecho a decirme que no merezco esta opción, que merezco sufrir semanas o meses un tremendo daño físico y emocional?"

DIVISIÓN DE OPINIONES

Es una conversación necesaria porque tanto la sociedad como los profesionales están divididos. El año pasado, en una encuesta del New England Journal of Medicine entre más de 1.700 médicos, el 67% se mostraron contrarios a la práctica, bautizada legalmente como "muerte asistida por médico", aunque los facultativos solo prescriben la medicación, no la administran. Maynard había marcado el día de hoy para tomarse la medicación letal, esperando a que pasara el cumpleaños de su esposo y tras cumplir el deseo de visitar el Gran Cañón, pero el miércoles dejó la puerta abierta a posponerlo porque, pese a los ataques, aún se siente bien.

"Ponerse una fecha y luego alterarla pasa bastantes veces --explica Castuera--. Lo importante es que todo está en sus manos: su vida, su muerte y su decisión". Cuando llegue el momento tomará primero un medicamento contra las náuseas. Luego, beberá una disolución con el contenido de 100 pastillas de barbitúrico (secobarbital o pentobarbital). Quedará inconsciente en unos minutos y, en un tiempo que puede llegar hasta dos horas, morirá. Habrá decidido ella, no el tumor.