“Cisma en la iglesia: renuncian todos los obispos y ya se comienza a hablar de delitos”, titula el portal de 'El Mostrador'. “Terremoto en el Vaticano”, señala por su parte la versión en internet del semanario 'The Clinic'. La decisión de los obispos chilenos de poner sus cargos a disposición del papa Francisco tuvo un impacto casi telúrico en un país que dirigía su mirada este viernes hacia otro remezón: las protestas feministas en las universidades. El Gobierno de derechas del presidente Sebastían Piñera, preocupado por las tomas de las casas de estudios y por el peso que están cobrando las luchas de género, sintió la necesidad de que una autoridad moral por fuera de la política acudiera en su ayuda. Pero los obispos estaban en Roma inmersos en el capítulo más inesperado del escándalo que devaluó su imagen, el de los abusos sexuales. El anuncio formulado en el Vaticano dejó en principio descolocados a varios ministros y funcionarios de declarada profesión de fe. Acostumbrados a hablar en radios y canales de noticias, prefiereron no rozar siquiera el tema y centrarse en la marcha de la economía y el feminismo que observan como radical.

Los medios de prensa, en cambio, resaltaron el carácter inédito de la renuncia en masa como consecuencia de la profunda crisis que atraviesa la iglesia de ese país. Aunque todavía se desconoce cuándo el papa Francisco se pronunciará sobre las dimisiones, las víctimas del sacerdote Fernando Karadima ya fijaron su posición. “Me parece estupendo que presenten su renuncia, eso me alegra tremendamente para empezar a sanar esta Iglesia que no se merece a estos verdaderos corruptos y criminales”, dijo Juan Carlos Cruz, uno de los principales denunciantes de las vejaciones.

Encubridores

La “alegría” de Cruz tuvo un matiz. “Los obispos tratan, con eufemismos, de matizar y suavizar lo que ha pasado, pero el caso es que todos esos obispos están renunciados”, dijo uno de los hombres que con mayor vehemencia luchó para arrojar luz sobre uno de los puntos más oscuros de la Iglesia chilena. “No podía estar liderada por quienes se han dejado corromper por las cosas del mundo”. Esos religiosos, muchos de ellos vistos a la luz de la misma carta del pontífice como encubridores, son “los que más han hecho daño y los que más nos han hecho doler, sufrir”. Cruz volvió a cargar contra el cardenal Javier Errázuriz: “es uno de los grandes mentirosos y es una vergüenza para Chile. Yo creo que el papa se ha dado cuenta y lo va a alejar y ese es el castigo peor para una cardenal”.

"Váyanse todos"

José Andrés Murillo, otra víctima de los abusos, se pronunció desde las redes sociales. “Por dignidad, justicia y verdad: váyanse todos los obispos. Delincuentes. No supieron proteger a los más débiles, los expusieron a abusos y luego impidieron justicia. Por eso, solo merecen irse”. Benito Baranda, ex director social del Hogar de Cristo, y actual presidente ejecutivo internacional de la Fundación América Solidaria fue contundente al referirse a las renuncias: “era lo que tenían que haber hecho, todos están involucrados. Dicen tener arrepentimiento, pero no se les nota en la cara. No tienen conciencia del daño provocado”.

Cuando en enero pasado Francisco realizó su visita pastoral nadie imaginó un escenario como el montado en Roma durante las últimas horas. Cruz reconoció que el “verdadero” papa ha irrumpido después de escribir la carta que ha empujado a los obispos al perdón colectivo y la renuncia. Varios analistas y conocedores de la realidad se preguntaban cuáles serán los próximos pasos en una Iglesia chilena cuya cúpula carga el signo del desprestigio.

Esos interrogantes ya estaban presentes en 'Los secretos del imperio de Karadima', el libro escrito en 2011 por Mónica González, Juan Andrés Guzmán y Gustavo Villarrubia: “¿Cómo predicar la castidad, el matrimonio indisoluble, el sexo meramente reproductivo, si los toqueteos en los genitales de jóvenes de gran fe no eran condenados, si la única respuesta frente a esos hechos era explicar que habían ocurrido hacía mucho tiempo? ¿Cómo podría un obispo intervenir con decisión en la discusión pública sobre la pastilla del día después, la educación sexual en los colegios o las relaciones homosexuales, si no habían podido ser firmes con Karadima? Ese dilema era especialmente fuerte en el clero chileno que desde hacía un tiempo se subía al caballo de la moral y de las restricciones sexuales con mucha más frecuencia que al caballo de los temas sociales y la desigualdad”.