No existe el crimen perfecto, pero María Ángeles Molina Fernández, de 40 años --Angie para todos-- lo creyó y lo intentó. Desde el 12 de marzo esta mujer está encarcelada acusada de asesinar, el 18 de febrero, a Ana María Páez Capitán, de 35 años, una joven hallada desnuda y con una bolsa en la cabeza en un piso de Barcelona. Parecía un suicidio, o incluso el fatídico resultado de una arriesgada práctica sexual, pero una investigación policial acaba de revelar que la presunta asesina planificó durante meses la muerte de Ana con un solo fin: dinero. Hacía dos años que la detenida suplantaba la identidad de su víctima para contratar préstamos bancarios y seguros de vida. A pesar del concienzudo diseño de su coartada, los Mossos d´Esquadra llegaron hasta ella.

Conviene regresar al jueves 21 de febrero. La empleada de la limpieza de unos apartamentos de alquiler por días encontró ese día el cuerpo de una joven sobre un sofá. Llevaba una bolsa de plástico en la cabeza, fijada con cinta aislante y ningún signo de violencia aparente. La autopsia reveló un detalle desconcertante. Había restos de semen en la boca y en la parte exterior de la vagina. De dos hombres diferentes.

SOLO UNAS BOTAS La titular del juzgado de instrucción número 25, Elena Carasol Campillo, tuteló las pesquisas de los agentes de homicidios de la unidad de delitos contra las personas de los Mossos de Barcelona. Varias cosas llamaron la atención de los investigadores. En el apartamento no encontraron ni un solo objeto personal de la víctima que permitiera su identificación. Ni su ropa ni su documentación estaban ahí. Junto al cuerpo había una peluca negra y unas botas. Alguien se llevó el resto.

El apartamento estaba alquilado por tres días, del 18 al 21 de febrero, a nombre de la víctima. Los investigadores comprobaron que, tres días antes, los padres y la pareja de Ana habían denunciado su desaparición en una comisaría de los Mossos. Los familiares identificaron el cadáver y los investigadores empezaron a indagar en su vida.

Feliz, reservada, responsable y extremadamente creativa, el entorno afectivo de la fallecida rechazó la hipótesis del suicidio y mostró razonables dudas ante la posibilidad de que Ana fuera capaz de llevar a sus espaldas una doble vida.

Pronto, una persona centró la atención de los agentes: Angie. Trabajó durante años con la víctima en una empresa textil y el día de su desaparición Ana contó a su pareja que cenaría con su amiga. A pesar de que ya no trabajaban juntas, conservaban la relación y se veían de vez en cuando.

En sus primeras declaraciones ante los Mossos, Angie admitió que habló por el móvil con Ana el martes de la desaparición, pero que no la vió. Y expuso su coartada. No podía haber quedado con su amiga porque precisamente ese día regresaba en coche desde Zaragoza. Venía de recoger las cenizas de su madre.

MELENA NEGRA En las horas previas a su desaparición, la víctima había extraído una importante cantidad de dinero de una de sus cuentas corrientes. Los investigadores concretaron la hora y revisaron las imágenes de las cámaras de seguridad de la oficina. Ninguna de las mujeres que entró ese día a ese banco se parecía a Ana Páez, pero destacaba una atractiva mujer con una melena negra repeinada en exceso, como si llevara una peluca, similar, por cierto, a la encontrada junto al cadáver.

El horror de las estadísticas se empecina en demostrar que principalmente se mata por dinero y por amor. A Ana, los que la querían, los que la quieren, la quieren bien, con amor del bueno. Los investigadores de homicidios de Barcelona sostienen ante la juez que Angie mató a su amiga movida solo por la ambición y el dinero.

Angie llevaba dos años desdoblándose en Ana. Suplantando su identidad, contrató varios préstamos y seguros de vida. Se hacía pasar por Ana y firmaba como Ana. No tuvo ninguna dificultad en conseguir préstamos bancarios de más de 20.000 euros y firmar seguros de vida en los que nombraba beneficiaria a una tercera mujer, ajena a la trama. Hubo un momento en que --siempre presuntamente-- decidió matar a Ana. Y empezó a planificar el crimen y su coartada. Se citó con su amiga para cenar. Esa misma mañana, se puso su peluca negra y volvió a hacer de Ana para alquilar el apartamento por tres noches. Después acudió a una casa de prostitución masculina de Barcelona con la que ya había contactado por teléfono para contratar los servicios de dos hombres. No permitió que la tocaran. Extrajo dos recipientes de farmacia y les pidió que eyacularan.

El martes, Angie se citó con Ana en el apartamento. Antes, la mujer tuvo tiempo de ir y volver a Zaragoza donde, efectivamente, recogió las cenizas de su madre.

De vuelta, las dos mujeres cenaron. La asesina durmió a su víctima y modificó la escena. Tumbó a Ana en el sofá y la desnudó sin desprenderla de sus joyas. Colocó semen de los dos gigolós, en la boca y en la vagina, por separado, y le ató una bolsa de plástico en la cabeza, que selló con cinta aislante para provocar que la joven muriera por asfixia. Limpió el apartamento y se llevó la ropa de Ana. Ajena al dolor, sin remordimientos, y actuando, una vez más, como otros asesinos, acudió al entierro de su víctima.