He aquí el caso, reportado por la doctora María Soledad Humbert Escario, de un “Cyrano imaginario”, al que llamaremos Edmond, como el autor del clásico. Un paciente de 35 años que acude a consulta por un cuadro de ansiedad, en concreto un trastorno por crisis de pánico. “Al finalizar la primera visita me agradeció que no hubiera hecho ningún gesto de repugnancia cuando le atendía. Y al preguntarle sobre la causa de esta expectativa, me mostró su perfil a la vez que me decía que tenía una nariz monstruosa”, ilustra la doctora. En realidad, aclara, el tamaño y aspecto del apéndice eran absolutamente normales, ni siquiera tenía una forma especial, muy ancho o excesivamente afilado o aguileño. “Esta preocupación del paciente me llevó a completar los datos biográficos para conocer desde cuándo tenía esa aflicción”. Vayamos a la infancia.

A los 11 años, Edmond sufrió una caída de bici que le produjo una inflamación y ligerísima asimetría nasal. Los niños del cole empezaron a llamarle “nariz de patata” y siguieron con el mote dos cursos seguidos. Al llegar a la secundaria la broma se sofisticó y pasaron a conocerle como “el Cyrano”. “Me contó que en un principio le molestaba, pero no le afectaba mucho”. En la adolescencia, tras un desengaño amoroso, empezó a pensar que la forma de su protuberancia facial le impedía triunfar con las chicas y se obsesionó con esta idea, por lo que comprobaba constantemente su aspecto en el espejo y estaba siempre alerta del efecto que producía su cara en los demás.

"NO ME PERMITE LIGAR"

Cuando tenía unos 20 años, visitó a un psicólogo que le ayudó a manejar el conflicto. “Había ido acomodándose al hecho de no tener un aspecto agraciado por lo mucho que le afeaba la nariz, lo que era totalmente falso ya que Edmond tenía un aspecto normalísimo e incluso diría que atractivo”, sostiene la doctora. Su vida siguió con aparente normalidad, aunque la idea de esa fealdad nunca le abandonó totalmente y, a su juicio, le impedía ”ligar”.

“Cuando acudió a mi consulta presentaba un cuadro de crisis de ansiedad que atribuía al estrés laboral. Pero también me reconoció que la preocupación sobre su aspecto había aumentado mucho porque se había enamorado de una compañera de trabajo y temía expresarle su interés por el rechazo que ella, en su lógica de paciente con dismorfofobia, sentiría por una persona con semejante nariz”, explica Humbert.

Por suerte, a diferencia del drama del poeta de Bergerac, esta es una historia con final feliz. “Edmond precisó tratamiento farmacológico, para las crisis de pánico y la dismorfofobia, y se complementó con un abordaje psicoterapéutico”. Está felizmente casado con su compañera de trabajo. Con su Roxana.