Fulu Devi vive en la colonia de Surat Nagar, en las afueras de Nueva Delhi, junto a otras muchas familias del campo que en las últimas décadas han emigrado a las ciudades en busca de una vida mejor. Llegó aquí con su marido hace 11 años desde Bihar, uno de los estados más pobres de la India, y una vez instalados tuvieron que apañarse con el poco dinero que les daban sus trabajos en el sector informal. Ella como empleada doméstica y él en la construcción. Debido a las muchas horas que pasaban fuera de casa, las tareas de la casa recayeron en sus hijos. Su hija mayor, de 18 años, ya es madre y no ha ido nunca a la escuela.

Esta es la situación de millones de niños y niñas en la India. Según el último censo del año 2011, de los 208 millones de niños de entre 6 y 14 años, unos 38 millones no van a la escuela; esto es casi uno de cada cinco menores. Entre los no escolarizados, más de tres millones han trabajado alguna vez, y esto sin contar los niños que se dedican a las tareas domésticas u otros trabajos no remunerados que el censo no contempla.

«No se trata solo de la escasez de recursos económicos sino también de que los padres entiendan que el futuro de sus hijos pasa por que acudan a la escuela y no por que contribuyan desde tan jóvenes a la economía familiar», dice Partha Pratim Rudra, director de desarrollo de programas de Smile Foundation, una oenegé que trabaja con organizaciones locales para garantizar el acceso a la educación y a la sanidad básicas de las comunidades más pobres. «En la India se generan unos dos millones de puestos de trabajo al año, pero necesitamos a jóvenes bien preparados para cubrirlos», señala.

En la colonia de Surat Nagar, donde reside Fulu Devi y su familia, viven unas 18.000 personas. Está formada por varias calles, la mayoría sin asfaltar. Las casas carecían de luz y agua corriente hasta que hace pocos años el Gobierno las instaló.

Recuperar cursos

En un pequeño y polvoriento descampado se ubica el mercado local y a escasos metros está el centro escolar Gramin Vikas Saniti, que acoge a más de 300 niños y niñas repartidos entre los turnos de mañana y tarde. Los grupos se dividen por edades y van de los 3 hasta los 14 años, aunque también hay jóvenes mayores que se perdieron los primeros años de escuela y necesitan recuperar los cursos atrasados.

Alrededor del patio hay seis aulas, pequeñas y oscuras, con no más de 25 alumnos cada una. A última hora los niños salen al patio y se sientan en el suelo esperando la actuación de hoy, que consiste en bailes organizados por los propios alumnos, entre ellas Khushi, una joven que mueve los pies a una velocidad de vértigo al ritmo de la música. Estos espectáculos también se abren habitualmente a las familias.

«Trabajamos mucho en la implicación de los padres», señala Dalip Singh, director del centro. «Organizamos reuniones para convencerles de lo importante que para el futuro y desarrollo personal de sus hijos es ir a la escuela». También es esencial el trabajo de los change agents -agentes del cambio- que pasan por las casas para explicar a las familias las ventajas de la escolarización. Quizás el futuro les depare ahora mejor suerte.