Benedicto XVI tiene una obsesión: que los católicos, sobre todo las jerarquías y principalmente las del Gobierno central, crean en el Dios cristiano. Debería ser obvio, pero no lo es. Porque en el planeta hay jóvenes que se meten a cura para hacer carrera y abusan de sus cargos para obtener ventajas sociales, políticas, económicas o placeres personales. No son la mayoría, pero deben de ser demasiados si Joseph Ratzinger está obsesionado por la limpieza y la transparencia. Otros aún creen en el Dios cristiano, pero caminan por su cuenta, sin Roma. "La Iglesia es como una barca que hace agua por todos los costados", dijo poco antes de ser elegido.

La reafirmación, ahora, del parto virginal de María y la constatación histórica de la inexistencia de bueyes y mulas en la gruta de Belén forman parte del intento de Benedicto XVI de volver las cosas a su lugar. O sea, de explicar con claridad en qué consiste el cristianismo, aunque el intento parece difícil.

El reciente episodio del mayordomo, que robó y divulgó documentación reservada, está silenciado, pero no cerrado. Hay quien piensa incluso, por paradójico que sea, que Paolo Gabriele era un alfil del mismo Papa, que con un cierto apoyo sacó unos papeles inocentes, mezclados con papeles que demostraban algunos trapos sucios. De ser así, sería una operación fallida, al menos por el momento, y el mayordomo un chivo expiatorio con el que se cierra una pugna interna, o guerra, o "dialéctica normal", como la llaman algunos cardenales. A favor o en contra de la transparencia.

Para dejar como está o cambiar una institución con grandes problemas de desconexión entre el centro y las heterogéneas y efervescentes periferias del catolicismo.

En el este europeo hay centenares de curas católicos casados, que a partir de 1989 (caída del muro de Berlín) fueron recuperados, después de que durante casi 50 años de comunismo hubiesen sido forzosamente abandonados a sí mismos.

Están ahí, con sus familias y oficiando misas. Varios centenares de curas anglicanos, los más cercanos a la línea oficial católica, han vuelto con sus familias e hijos. Los curas ortodoxos fieles a Roma han podido siempre casarse. De manera que el matrimonio eclesiástico ya no es solo una teoría. Por otra parte, numerosos pensadores católicos y comunidades cristianas de base rechazan que la Iglesia sea una comunidad monolítica y centralizada hasta la última coma. Son dos ejemplos de las carpetas que se apilan en la mesa de Ratzinger y que plantean la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre la "unidad en la pluralidad".

El Papa es un hombre racional y bastante solitario. Trabaja muchas horas y sufre problemas circulatorios, pero mantiene una lucidez mental que muchos octogenarios envidiarían. Camina cada día un rato, descansa, se organiza una agenda muy racional, no recibe a todo el mundo, estudia personalmente los informes de los candidatos a obispo, ha delegado muchas funciones a los obispos diocesanos y este sábado, con la creación de nuevos cardenales, acaba de equilibrar el mapa de electores del próximo Papa.

Ha presionado para que el Vaticano y la Iglesia entraran con urgencia en las nuevas redes sociales. Pero parece como si quisiera arropar con vestidos modernos el viejo mensaje cristiano, sin pasar por una traducción que los contemporáneos entiendan. Cada miércoles ofrece a los peregrinos unos sermones en el mismo lenguaje de los años 50 y 60, demostrando una cierta fractura entre lo permanente y lo aleatorio.

Mientras fue cardenal y guardián de la ortodoxia aceptó algunas líneas de Juan Pablo II, que no compartía. Como la proliferación de santos y beatos y el silencio sobre la pederastia clerical. Una vez que uno de los casos afectaba a un cardenal, propuso al menos una comisión investigadora, que fue rechazada.

Ratzinger observaba cómo el Papa polaco reunía a millones de fieles, salía en las teles y popularizaba el catolicismo. Pero, una vez Papa, ha dicho que todo esto está bien, pero hay que hacerlo creyendo en Dios y no, en el mejor de los casos, funcionando como una oenegé. Frente a las insistencias de que la Iglesia debe ser reformada, dijo a sus colaboradores que eso no serviría de nada si antes no se cree en Dios.

Mientras, ha obligado a sacar a la luz los casos de pederastia, ha intervenido por progres a las monjas de EEUU, ha dado la misa en latín a los lefebvrianos pero les ha impuesto que juren la constitución. Ha ordenado un informe sobre la corrupción interna, ha limpiado, aún parcialmente, a los Legionarios de Cristo y ha advertido a varios teólogos católicos porque no estaban en la línea. Tal vez los bueyes y las mulas tampoco hacían falta ya.