El espíritu pionero, emocionante y lleno de potencial de la exploración espacial sigue vivo, ahora con buena parte de su impulso en manos privadas. Anoche, desde la plataforma 39A del Kennedy Space Center de Florida, el mismo lugar desde el que en julio de 1969 partió la misión del Apolo 11 que por primera vez llevó humanos a la Luna y desde donde en 1981 salió el primer transbordador de la NASA, se lanzó con éxito el Falcon Heavy, un ingenio desarrollado por Space X, la empresa que el emprendedor Elon Musk fundó en 2002. Se trata del cohete más potente que opera hoy en día, con una capacidad de carga inédita desde que la NASA operó el Saturno V. Es también el mayor cohete financiado hasta ahora sin inversión del gobierno de Estados Unidos.

El Falcon Heavy es como una versión con esteroides del Falcon 9, otro ingenio de Space X, que transportó al espacio su primera carga en el 2010. Tiene la misma altura que su predecesor (unos 70 metros) pero al propulsor central se le han añadido otros dos adicionales, y en total hay 27 motores que triplican la propulsión en el despegue. Y es su capacidad de carga, que se eleva hasta casi 64.000 kilos y representa casi el doble de la que ofrece su principal competidor, el Delta IV Heavy Booster de la compañía United Launch Alliance, el que abre un mundo de posibilidades, reabriendo por primera vez desde la era del Saturno V (que voló por última vez en 1973) la opción de llevar carga pesada al espacio.

Musk, maestro de la promoción, aprovechó para ganar publicidad eligiendo como carga en este primer lanzamiento de prueba un Roadster, un coche eléctrico que fabrica otra de sus compañías, Tesla. Lo ha pintado de rojo cereza en homenaje a la idea de que acabará llevando a gente a Marte. Y lo ha enviado camino de una órbita elíptica a la misma distancia del Sol que de Marte en el espacio profundo, conocida como la Hohmann Transfer, a 400 millones de kilómetros de la Tierra. El coche (y el maniquí de pruebas que va como piloto) tardarán al menos seis meses en llegar y si todo sale como está previsto se quedarán allí cientos de millones de años.

La audaz maniobra publicitaria no esconde la realidad: la capacidad del Falcon Heavy podría granjear a Space X contratos para poner en órbita satélites para el Ejército estadounidense o convertirlo en vehículo elegido de la NASA para transportar materiales a la Estación Espacial Internacional.

COSTE Y RECICLAJE

Musk pone sobre la mesa otras ventajas. Una es el coste: calculado en 90 millones de dólares, frente a los 435 millones del Delta IV o a los 1.000 que se calcula que podría costar el Space Launch System que la NASA está desarrollando y que, con retrasos, no tendrá su primera prueba de vuelo quizá hasta 2020. Y otra es que el cohete nace con la idea de poder ser reutilizado.

Por eso todos los ojos estaban puestos no solo en el lanzamiento, sino en el retorno de los propulsores. Y ha sido también un éxito absoluto. Los dos laterales han aterrizado como estaba previsto en la estación de la fuerza áerea en Cabo Cañaveral. El central tenía que hacerlo en una franja artificial flotante para aterrizaje de drones en aguas del Océano Atlántico llamada Por supuesto aún te quiero. De los 18 lanzamientos que completó en 2017 el predecesor del Falcon Heavy, el Falcon 9, ya en 14 de ellos se recuperaron los propulsores. Varios de ellos han vuelto a utilizarse. Y con cada retorno se acumulan datos vitales para ir mejorando la operación.

El lunes, en una comparecencia ante la prensa, Musk había tratado de atemperar las expectativas recordando que se estaba ante «una misión de prueba». Pero ayer todo salió bien y la única explosión fue de entusiasmo. Su visión del futuro está un paso más cerca.