Son las doce del mediodía de un domingo en pleno estío. El sol aprieta. No se ve a nadie en los aledaños de la iglesia del pequeño municipio portugués de Vila de Rei, uno de los más afectados por la despoblación y el galopante envejecimiento que amenazan a todo el país.

La misa se ha celebrado a primera hora de la mañana y ni siquiera el sacerdote está dentro del santuario. El único valiente --o inconsciente, según se mire-- que desafía el intenso calor en el exterior del templo es un anciano que sube, pesaroso, la cuesta que lleva hasta su casa. "Esto está muerto", asume en cuanto recupera el aliento.

Vila de Rei es una de las cuatro localidades de la comarca de Pinhal Interior Sul, en el corazón de Portugal. Hace meses esta comarca disfrutó de un fugaz destello de popularidad después de que un informe del Eurostat la designara como la región que tiene mayor número de personas con más de 65 años de edad de toda la Unión Europea. O lo que es lo mismo, un tercio de sus 39.000 habitantes supera esa edad.

Esta zona de Portugal es un claro ejemplo del proceso de envejecimiento que está experimentando Europa, donde actualmente el 24% de la población es mayor de 60 años, más que en ninguna otra zona del planeta, según el informe Perspectivas de Población Mundial civulgado el jueves por la ONU.

Las proyecciones incluidas en un estudio reciente de la Universidad lusa de Aveiro apuntan que Pinhal Interior Sul será, además, la comarca de todo el país que más habitantes perderá hasta el 2040, con una caída prevista del 34%. La región no es una excepción, apenas representa el caso más claro de la preocupante estructura demográfica de Portugal, país que está considerado el octavo más envejecido del mundo, con 28,2 ancianos por cada 100 habitantes.

A pesar de que no domina las cifras exactas, António Joaquim Guerra Catarino, conoce de primera mano este fenómeno. Una vez recuperado del esfuerzo de subir la cuesta, cuenta que es propietario de un pequeño comercio de ultramarinos. Después de décadas al frente del establecimiento apura sus últimos días en la tienda, a punto como está de cerrarla definitivamente.

"Mañana es jornada de feria. Yo antes, en un día así, hacía mil contos (equivalente a 5.000 euros) en un día. Ahora ni en un año", afirma irritado. "Mis hijos no quieren continuar el negocio, tienen otro trabajo", añade justo antes de retomar el camino que le lleva a su casa.

Es fin de semana y la falta de "vida" en la localidad se percibe en un corto paseo por el centro. Ni siquiera los bares registran apenas actividad, pese a que hay cuatro en cien metros de distancia. En el mercado, limpiando para irse a comer, se encuentra Virginia Rolo, propietaria de la pescadería.

Fábricas cerradas

"Esto está cada vez más difícil, no hay jóvenes que se queden", lamenta tras dejar por un segundo la fregona. Virginia recuerda que en la zona ya han cerrado varias fábricas. "No hay empleo", resume a la vez que explica cómo mantiene a flote su negocio. "Nosotros vamos con una furgoneta por las aldeas vendiendo pescado y vamos tirando. Hay que luchar para vivir", asume resignada.

Solo hay dos hostales en todo el municipio y que uno de ellos está cerrado este verano, pese a la gran afluencia de gente que vendrá por la feria. "Podrían abrirlo y servir comidas, emplear a dos o tres personas por lo menos", asegura.

¿Y qué más se podría hacer para crear empleo? "Yo soy apenas una pescatera, ellos --en alusión a los políticos-- son los que saben", sentencia mientras vuelve, resignada, a agarrar el palo de la fregona.