Si de repente le tocara la lotería a la ciencia española, probablemente no saldría del agujero. «El problema no son solo los fondos, es también la burocracia: una burocracia ciega y absurda que lo está lastrando todo», sentencia Emilio Muñoz, profesor del CSIC y coautor del Informe sobre la ciencia y la tecnología en España que la Fundación Alternativas presenta hoy en Madrid.

«Necesitamos un gran empujón: la ciencia española no llega a ser suficientemente grande y funcional para que sirva de base a la economía y a la creación de empleo», añade Vicente Larraga, parasitólogo del CSIC y coordinador del mismo análisis.

El estudio reúne a expertos en política científica que han colaborado con anterioridad con las entidades más diversas, desde los sindicatos hasta las sociedades científicas, para hacer un diagnóstico y unas propuestas consensuadas, explica Larraga. «La pintura que sale es bastante desoladora: mientras los países de nuestro entorno han aumentado la inversión, nosotros hemos recortado: ahora hay una brecha grave», afirma el investigador.

Aunque el informe recopile datos ya existentes, es el primero que pone por escrito de manera contundente que hay indicadores claros de que los recortes están mermando la calidad de la ciencia española. En el 2013, Australia superó a España en producción científica y la relegó a la posición 11ª del mundo. Al mismo tiempo, el porcentaje de artículos excelentes (entre el 10% de los más citados en el mundo por otras publicaciones) lleva años reduciéndose. Lo mismo ocurre con los artículos con primer autor español, las patentes y el número de empresas de I+D con menos de 50 empleados.

El estudio destaca los bandazos históricos de la ciencia española: la guerra civil acabó con la «edad de plata» y la crisis puso fin a los años de crecimiento de financiación anteriores. La caída de la inversión hizo que se pasara del 1,40% del PIB en el año 2009 al 1,22% en el 2015, a la vez que la financiación estatal se reducía más del 30%.

La escasa financiación es solo una de las «siete plagas de la política científica española», según los autores: ausencia de instituciones, indiferencia de los poderes económicos, aleatoriedad política, inestabilidad presupuestaria, burocracia que habitualmente desconoce la ciencia que tiene que gestionar, carencia de estrategias e individualismo como forma de supervivencia. «El sistema de gestión pone todas las trabas a los investigadores, incluso para los que aún tienen financiación», dice Larraga.