La 20ª cumbre sobre cambio climático concluyó ayer en Lima con un acuerdo descafeinado y decepcionante, sin progresos sustanciales, pero esperanzador si se tiene en cuenta el abismo en el que se encontraban las negociaciones y que amenazaban incluso el papel de la ONU como alma máter del proceso. En cierta manera, China y los países en desarrollo acabaron imponiendo sus tesis, como incluir en el acuerdo final una mención acerca de que los ricos deben hacer más, pero fue de una forma tan inconcreta que estos últimos no tuvieron reparos en aceptarlo. Las 196 delegaciones nacionales, en definitiva, pactaron a última hora que los detalles clave del tratado que sustituirá al protocolo de Kioto se adopten el año que viene en París.

"El acuerdo abre el camino para un éxito en París el próximo diciembre", subrayó en un alarde de optimismo el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon. La realidad, no obstante, es que el texto aprobado no aborda ni siquiera el carácter jurídico --y el grado de obligatoriedad-- que deberá tener el futuro tratado.

Para calentar motores, todos los países entregarán a más tardar el próximo marzo una propuesta que especifique cuál es su compromiso voluntario de reducción o estabilización de emisiones de CO2, el mecanismo para lograrlo y un calendario de ejecución. El texto aprobado, sin embargo, no habla de que los países "deben incluir" un plan, sino simplemente de que "pueden incluirlo". El cálculo de emisiones deberá ser "transparente y verificable", una cuestión en absoluto baladí, puesto que China, por ejemplo, se niega a aportar información al respecto. A los países se les pide que sus compromisos sean "ambiciosos", pero sin especificar mucho más, tal como proponía China.

El problema, claro está, es que las propuestas globales serán con toda seguridad inferiores a lo que la comunidad científica reclama para evitar que las temperaturas mundiales asciendan dos grados centígrados con respecto a 1800 --ya han subido ocho décimas--, el umbral simbólico que separa lo asumible de lo catastrófico económica y ecológicamente. La ONU analizará el impacto de las contribuciones, dice la declaración final, para determinar si son suficientes, pero no especifica qué hará si sucede lo contrario.

COMPROMISOS DISPARES

Tras 36 horas de negociaciones sin tregua, el texto se desencalló finalmente cuando se incluyó una mención para recordar que el acuerdo que se firme en París debe ser un pacto "equitativo" con "responsabilidades comunes pero diferenciadas". Aunque no habla de porcentajes, eso significa que los países industrializados deberán tener un compromiso superior con independencia de la cantidad de emisiones que estén produciendo. No se ha decidido tampoco qué países serán catalogados como "ricos" --los que en el protocolo de Kioto formaban parte del Anexo 1--, puesto que la situación es ahora muy diferente a la de 1997. El texto aprobado "pide con insistencia" a los países industrializados que incluyan en sus compromisos cómo contribuirán a financiar la adaptación de los países más desfavorecidos al cambio climático. Y también apela a poner en marcha la prometida ayuda de los 100.000 millones de dólares anuales a partir del 2020. Pero solo eso.