Desde este viernes en la cartelera, su décima película va camino de convertirse en aquella por la que será más universalmente aclamado. 'La forma del agua', historia de amor entre una joven muda y un humanoide anfibio verde y viscoso, ya le proporcionó el León de Oro en la Mostra de Venecia y ahora, con 13 candidaturas, aspira a arrasar en los Oscar. En ella incide en una idea que toda su filmografía vehicula: que lo monstruoso es necesario en nuestras vidas, y extremadamente bello.

¿Por qué La 'forma del agua' se llama así? Nadie lo diría a juzgar por mi tamaño, pero soy muy buen nadador. Y a diferencia del resto de la gente, que sueña que puede volar, desde que era niño yo siempre soñé que vivía bajo el agua, todavía me sucede. Como una morsa. Además, el agua, es el elemento más poderoso que existe, porque por su naturaleza fluida nada la detiene. Y porque no tiene forma; toma la del recipiente que ocupa. Y exactamente eso mismo se puede decir del amor. Puedes enamorarte de alguien 15 años mayor que tú, o de alguien de tu propio sexo o con una creencia religiosa o una ideología política distinta de la tuya. El amor rompe todos los obstáculos.

¿Es consciente de que muchos no esperaban de usted una película tan romántica? ¿Qué puedo decir? Soy un tontorrón romántico. Y es una pena que hablar de amor hoy en día sea casi imposible. Vivimos en un mundo en el que todo, desde la emotividad a la inteligencia, ha sido sustituido por el cinismo. Y eso nos está haciendo mucho daño. En todo caso, los Beatles no pueden estar equivocados: el amor es la mayor fuerza de la naturaleza, por definición.

¿Cómo define usted el amor? Amar es mirar a la otra persona y no ver sus imperfecciones o no ver las cosas que cambiaríamos de ella. Amar es celebrar la diferencia, y eso es lo que yo he hecho a lo largo de toda mi carrera. 'La forma del agua' es una versión de 'La bella y la bestia' en la que, al final, la bestia no se convierte en un maldito príncipe. Es un monstruo hasta el final.

¿Por qué esa obsesión con los monstruos? Algunas personas encuentran a Jesús; yo en cambio encontré a Frankenstein. Los monstruos son criaturas evangélicas para mí, la razón por la que estoy vivo y más o menos cuerdo. De niño esas criaturas me hicieron sentir que yo era como ellas, y que podía encajar en algún lugar, aunque fuera uno imaginario y grotesco. Desde muy pequeño comprendí que los monstruos son mucho más amables y civilizados que los monstruos que viven dentro de cada ser humano. Y, a lo largo de mi carrera, a través de las bestias he podido exorcizar lo monstruoso que hay dentro de mí. El problema es que, cuando niegas ser un monstruo, te comportas como uno. Por eso la criatura de Frankenstein es como Jesucristo: un mártir al que sacrificamos por nuestros pecados. Y, día a día, seguimos crucificando a quienes no se ajustan a nuestra idea de lo que es normal.

¿Hasta qué punto es 'La forma del agua' un acto de protesta? Bueno, es un reflejo de la narrativa política dominante, que se basa en la oposición entre "nosotros" y "ellos". Ellos son los otros, los monstruos, aquellos a los que hay que culpar por todo: los mexicanos, los gays, las minorías. Cada día, en las noticias y en las redes sociales, se nos incita a que temamos al prójimo y lo odiemos. Yo he hecho esta película a modo de antídoto de Trump, y de ese miedo y ese odio, y de la rabia y la sospecha y el escepticismo con los que nos miramos los unos a los otros.

¿Por qué decidió entonces ambientarla en la guerra fría? Pensé que si la situaba en el presente se parecería demasiado a todo lo que nos cuentan los noticiarios. En cambio, si digo "Érase una vez en 1962…", la película inmediatamente se convierte en un cuento de hadas. Además, la época en la que transcurre es un período muy importante en la historia de Estados Unidos porque fue entonces cuando, en muchos aspectos, el país empezó a construir el mito de su propia grandeza. La segunda guerra mundial había acabado, había una gran prosperidad económica, en cada casa había una televisión y en cada garaje había un Cadillac, la carrera espacial estaba en pleno impulso... Esa es la idea del país que Trump reivindica cuando habla de volver a hacer América grande de nuevo. El problema es que, bajo esa fachada, todo estaba podrido, igual que lo está ahora. Por eso, decir que Trump es un cáncer es demasiado fácil. El tumor ya existía en los tiempos en Obama.

Guillermo del Toro, con Richard Jenkins y Sally Hawkins en el rodaje de 'La forma del agua'

¿Se ha sentido usted discriminado en Estados Unidos? Por supuesto. En muchas ocasiones, al pasar por los controles de inmigración, me he sentido como en 'El expreso de medianoche'. Y durante mucho tiempo si algún agente de tráfico me paraba al volante, en cuanto oían mi acento se ponían tensos. Me han dicho cosas como "vete a tu país" muchas veces. Y en Hollywood, por ejemplo, durante los 90 solo me ofrecían películas de narcotraficantes o mariachis. No entendía nada.

Ha llovido mucho desde entonces… Afortunadamente. Soy un señor mayor de 52 años y 135 kilos. Además, no necesito dinero: visto como un vagabundo, conduzco un coche viejísimo, no tengo una isla privada ni un jet privado. Solo gasto dinero en muñequitos. Siempre he hecho las películas que he querido; ahora, en cambio, solo hago las películas que necesito hacer.

¿Y por qué necesitaba hacer 'La forma del agua'? Porque todas mis películas anteriores eran reflejos de mi infancia, esta es la primera que refleja lo que siento como hombre adulto: que debemos comunicarnos y, sí, debemos amarnos. Además, mi cine previo hablaba sobre todo de pérdida y tristeza. 'La forma del agua' derrocha ganas de vivir.